CUATRO

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Siendo sinceros, nunca pensó en manejar a un montón de monos para facilitar las cosas, ni pensar en estar ayudándoles, era molesto, aun así, con gran disgusto fingía una sonrisa mientras les quitaba las maldiciones de sus hombros, muchos le lloraban y lo llamaban dios...

Y era claro que tenían la razón

Mientras miraba las chicas riendo en su pequeña habitación, se sintió mal, sabía que si no fuera por el deseo de Amanai y el oscuro anhelo de Fushiguro Toji esas risas serían de su cría, quien para este tiempo ya estaría intentando escribir torpemente, quizás sus ojos serían igual que los de Satoru o como los suyos, no lo sabía, lo que si sabia a ciencia cierta es que su cabeza dolía cada que lo imaginaba...

Dolía tanto

Un día, de esos en los que tenia que "ayudar" a un maldito mono, su mente comenzó a vagar, recordando el dulce tacto de los dedos del omega, su suave gemido medio entrecortado, los ojos llorosos qué casi le suplicaban de manera tierna que lo tocará mas, casi lo podía ver a su lado, casi podía sentir el cálido aliento soplar en sus labios

Casi podía escucharle decir su nombre

Claro, no era real, no cuando aquel mono con voz de mujer seguía hablando qué su hija estaba mal ¿acaso no lo notaba? Su maldita hija tenía una maldición pegada a su espalda y la tocaba sin escrúpulos, qué asquerosa vista, qué asqueroso olor, eran tan asquerosas, aun así, lleno de fastidio atrapó aquella maldición, no se comería eso, no cuando el olor a monos se sentía tan fuerte.

Como de costumbre su cabeza dolía, podía sentir las náuseas y el malestar inundar todo su ser, eran malestares ya comunes cuando el celo llegaba, varios hechiceros qué ahora estaban a su lado le solían decir que era por su omega, por una estúpida necesidad física y mental de sentir sus feromonas, así que mientras el deseo subía por su pecho y nublaba su mente decidió ir a buscarlo, buscar a aquel que tenia su mordida en su blanco cuello.

Y lo encontró

Satoru era igual de hermoso, ya no tenía sus lentes oscuros, de hecho cubría sus ojos con una venda blanca y su cabello estaba peinado hacia arriba "hermoso", tenía la misma actitud relajada qué había adquirido después del incidente y flotaba en medio de la noche, casi como un ángel descendiendo - Suguro déjalo ir, sabes que  no tiene la menor idea de que pasa y lo asustas - su voz sonaba tan hermosa, podía sentir su piel erizarse, atrajo de nuevo sus maldiciones, dejando correr libre a al pobre mono, estiró sus manos al cielo y sonrió, después de casi dos años, por fin sonrió - ohh mírate Suguro, aun me extrañas - la voz cantarina de Satoru le hizo soltar una suave risita, sus manos se tocaron suavemente, como cuando eran jóvenes y la vida era un vasto mundo lleno de retos, con poca fuerza atrajo el cuerpo del peliblanco a su pecho y lo abrazo como si fuera la primera vez - Claro que te extrañe Satoru, cada día más que el anterior - susurro oliendo la suave fragancia qué nacía del cuello del contrario.

Tan embriagante como la primera vez que la olio

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