Capítulo 36: Asistencia perfecta

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Abrimos una ventana que hace años estaba cerrada y la habitación, después de tanto tiempo, volvió a ver la luz del sol de la mañana.

Las frazadas estaban llenas de polvo, que se levantó en el ambiente en cuanto las sacudí al levantarlas. La abuela hizo unas muecas y alejó el polvo de su rostro con las manos y yo con un poco de culpa la miré como pidiéndole disculpas.

—¿Entonces qué compro?

—Facturas y... Café, a ella le gusta el café —respondí sacando las sabanas con estampados de Toy Story que cubrían el colchón sin uso.

—Bueno, ¿vos no vas a querer nada?

—No, no, estoy bien así.

La abuela se despidió y agarrando su bastón favorito salió por el pasillo hasta la entrada de la casa para irse a comprar al almacén. Habíamos tenido una noche bastante cargada por la llegada de Natalie Heredia; su presencia no era una molestia, pero lo que más nos molestaba y dolía era la injusticia de lo que había tenido que pasar esa chica. Yo la conocía de la escuela y por Vero, sabía que era buena piba, estudiosa y respetuosa, tenía sus problemas por la familia tan nefasta que le tocó y no se merecía nada de lo que le habían hecho.

Cuando llegó tenía los ojos rojos y la mirada perdida, se le notaban las lágrimas secas en sus mejillas y los moretones en sus brazos. La habían golpeado, humillado y abandonado, solo por haber admitido que estaba enamorada de Verito. ¡Su propia familia! Me hervía la sangre cada vez que pensaba en esa gente espantosa. Pero de momento, no había nada que pudiera hacer en contra de ellos, solo apoyar a Nati.

No sabíamos cuánto tiempo se quedaría, pero con la abuela empezamos a ordenar la pieza que había sido de mi hermano, juntamos todas las cosas y las llevamos al garaje donde guardábamos todo; limpié todo el polvo que había y cambié la ropa de cama.

Ella seguía durmiendo en mi habitación. La noche anterior, después de desahogarse y contarme lo que le pasó, se quedó agotada, parpadeando y bostezando, por lo que le ofrecí dormirse en mi cama. Ella cayó rendida y a la mañana temprano ni siquiera me atreví a despertarla para ir a la escuela.

Cuando estaba terminando de acomodar la pieza de mi hermano para ella, escuché el ruido de la cadena del baño y supe que se había levantado.

—¿Julián? —Se asomó por la puerta y me encontró apoyado en el escritorio de madera pesada que también acababa de limpiar para ella—. Son las once de la mañana, no me despertaste.

—Tenías que descansar.

—Faltamos a la escuela —dijo preocupada.

—Sí, faltamos a la escuela. Capaz que más tarde Matías pasa y nos trae la tarea, no te preocupes.

Ella suspiró angustiada. No sabía que ir a la escuela era tan importante para ella, me sentí culpable de no haberla despertado y al menos, haberle consultado qué quería hacer. Pero estaba seguro de que necesitaba descansar después de todo lo que le pasó anoche.

—Yo quería tener asistencia perfecta —murmuró con la voz aguda—. Yo lo quería... Por mis padres. Pero... Ni la asistencia perfecta les va a importar ahora.

—Nati, es duro que diga esto, pero... —Me acerqué a ella—. Es hora de que empieces a hacer las cosas por vos misma y no para complacer a otros, menos a personas que no supieron valorarte. Perdón por no despertarte, pero mejor tomarnos este día para nosotros, ¿qué te parece?

—Me parece bien. —Apenas sonrió asintiendo y se acercó adentrándose en la habitación.

—Acomodé esta pieza para vos.

Aquel último añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora