Nuestro paisaje marino a la luz de la luna

22 3 0
                                    


Aunque había imaginado para nosotros un brillante porvenir, no todo acaba como se supone o deseamos.

Pego un portazo decidido y tomo rumbo por las calles sinuosas y bellas de la zona antigua de mi preciado pueblo; bajo el gran campanario se sitúa la espía que todo lo ve aunque nada lo siente, pero sigue alumbrando las casas centenarias por la madrugada.

Siento el frío en mis finos brazos y lamento el no llevar una chaqueta; mi cuerpo experimenta un pequeño escalofrío ante el temor de que mis padres noten mi ausencia; fugarse durante la madrugada no es una gran acción, pero soy fiel creyente de que el fin justifica los medios, y si esto es el único medio viable, así lo haré.

Reflexiono sobre mi dura situación mientras camino, todavía queda una larga caminata hasta llegar a mi destino, el Pantano de los Hurones, ansío que no tenga que volver sola, si todo sale bien, así será.

Cuando menos lo espero, me he recorrido la popular y bulliciosa Avenida Central, es increíble el cambio que sufre a cuando está repleta de personas. Ahora parece austera, sigilosa, sin vida.
Acabo llegando a la Plaza del mercado, el reflejo de la espía brilla como nunca en el río; siempre he sentido una fiel conexión con ella, hay sensaciones y emociones que simplemente no tienen explicación.

Desvío la mirada hacia el renovado parque infantil, donde las felices criaturas juegan cada día y dan vida a este grandioso pueblo; ahora da la sensación de vacío, como una casa sin amueblar, donde solo habita el eco y la carencia de emociones.
Me apoyo en la barandilla y pienso en lo compleja que me ha sido tomar esta decisión, voy a dejar a Marco.

Mi tristeza se hace notar mientras mis lágrimas enrojecen mis mejillas e hinchan mis ojos; estas se mezclan con el fiel reflejo de la espía, fundiéndose en la misma agua translucida del río, destinada al mismo sino.

Los tiempos últimamente han estado complicados, cada uno toma su rumbo y su sitio en la caprichosa vida; me gustaría pensar que todo ocurre por algo; es decir, que existe un porqué. Pero por otro lado no puedo evitar presentir que todo lo anterior es pura patraña; supongo que es algo que los seres humanos inventamos para sentirnos seguros, salvados.

Y esto nos pasó a nosotros. Marco, de familia opulenta tiene su destino marcado por la dichosa herencia que su padre se empeñó en darle, la empresa de marroquinería familiar. Aunque es un bello trabajo tradicional, que ha pasado de generación en generación en su familia, no puedo evitar pensar que este contratiempo ha destrozado nuestros planes a futuro.
Pensábamos estudiar en la misma universidad, compartiendo residencia, conocer gente nueva juntos… Éramos uña y carne, y ver que todo esto se ha ido al traste me inunda de sentimientos encontrados el alma.

Cuando me deshago de mi abstracción, tomo consciencia de que me encuentro en el famoso y adorado monumento del Caballero; fiel símbolo de mi precioso pueblo. Ver las calles y carreteras tan vacías me hacen sentir libre.

Vuelvo al piloto automático de mis pensamientos y me hago la pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez:

“¿Por qué a mí?”
o mejor dicho,
“¿Por qué a nosotros?”

Esta pregunta me provoca una tormenta de ideas que intento pasar por alto y así poder seguir con mi trayecto.
Ya he pasado hacer rato la rotonda floral y me encuentro apoyada en un árbol esperando a Marco; enciendo la pantalla del móvil y el reloj marca las 4:44 de la mañana.

Una sombra se aproxima y me toca por la espalda.

- Hola. – con semblante serio.

- ¡Mierda Marco! Me has asustado. – digo mientras me entra un retortijón en el estómago.

- ¿Tan intranquila estás? Raquel…

- No te preocupes de verdad, estoy bien, nada serio. ¿Caminamos? – intento salvar la situación.

- No me digas eso si sabes que no es así, me va a doler tanto a ti como a mí.

Esas palabras me duelen como una estaca en el corazón, y por un instante se me corta la respiración.
Emprendemos paso hacia el pantano, se hace un silencio incómodo durante toda la travesía, acompañada por las miradas dubitativas y a la vez serias; en ese momento me doy cuenta de que lo nuestro es insalvable.

Todo aquello que hace unos años empezamos con una gran ilusión,  experimentando sentimientos innovadores para nosotros, se había acabado. Yo no soy la misma Raquel que antaño y Marco tampoco; la esencia de lo que éramos ya no existía, así que teóricamente ya no había un “nosotros”.

Sólo quedan los ahora miserables recuerdos que me hacen mantenerme atada a él: nuestra primera cita en aquel mirador tan pintoresco; donde relucía una vista panorámica de nuestro pueblo, que nos acogió durante nuestros momentos idílicos como pareja, donde nos profesamos nuestro erróneo amor eterno bajo la llegada del sol por el este… también aquellos recuerdos de las primeras veces que paseamos juntos dados de la mano, las cenas pasadas en uno de los numerosos rincones recónditos de nuestro entrañable pueblo para que nadie nos viera.
Dichosa vergüenza infantil tan añorada…

Llegamos a unas piedras y nos sentamos, Marco toma la palabra:

- Ayer firmamos los papeles de la herencia, la empresa es mía; he pensado que podríamos compartir titular y que estudiaras ADE para apoyarme en la gestión; por otro lado puedes….

- ¿No te das cuenta verdad?

- ¿De qué? Solo intento ser resolutivo, arreglar la situación y arreglarnos a nosotros; para que podamos poner punto y seguido, y construir un futuro juntos, tal y como queríamos.

- Marco;  entiendo que quieres hacer lo mejor para nuestra relación, pero las cosas que no salen no se tienen que forzar.

- ¿Qué me quieres decir con esto?

- Sabes que toda mi vida he dicho que quiero estudiar Historia. Y no he cambiado de opinión al respecto, no puedes venir aquí y ahora e intentar modificar lo que llevo ansiando lograr durante años porque se hayan dado tales circunstancias…

Empiezo a tartamudear y mi cuerpo tiembla, me está costando más de lo que creía mantenerme firme. Marco continúa:

- Joder yo quiero estar contigo, para siempre, como prometimos… Tienes que hacer un sacrificio, hazlo por mí. No quiero que esta situación nos supere, sé que no llevamos una buena racha pero podemos cambiar, podemos salir de esta, como siempre hemos hecho.

Noto como empieza a arreglarse el pelo de forma nerviosa y a tragar saliva ruidosamente, acompañando al movimiento de su nuez marcada. Me duele verlo así, me duele que todo acabe. Hablo ignorando el guion que llevo ensayando días:

- No me comprendes, no somos los mismos niños que decidieron empezar esto. Marco las personas evolucionamos y ya no somos tan compatibles como antes; y es lo más normal, piensa en la cantidad de puertas que se abren, en el futuro que nos espera. A veces las cosas no salen como planeamos, y mirándolo desde otra perspectiva es lo mejor que nos puede pasar, la vida sería aburrida si ocurriera lo contrario.

- ¿Hay algo que pueda hacer para que esto no termine? Pregunta con las primeras lágrima en su rostro; empiezo a notar unos nervios incipientes en mi estómago, más que mariposas, ahora son melancólicos murciélagos.

- Seguir con esto sería forzar la situación, cortar por lo sano es la mejor opción; sin peleas, en recuerdo del Marco y la Raquel que empezaron esto; no se merecen un final así.

Nos quedamos mirándonos nuestros ojos sinceros, aceptando el final previsible de lo infortunado.
Marco se levanta a trompicones y mr despide con un abrazo frío pero a la vez reconfortante; me consuelo pensando que lo necesitaba, necesitaba este respiro, pero me angustia pensar que una parte de mí siempre le pertenecerá a él.

Me quedo devastada mirando a la infinitud del pantano; bajo el chopo la noche me acoge y me resguarda de mis sentimientos. El agua, cada vez más lejana por la sequía, proyecta el reflejo de la espía que esta vez ha sido descubierta y me ha acompañado a lo largo de mi vida; en todas las decisiones importantes y momentos gloriosos, como también en los más melancólicos. A lo lejos veo a un alburno saltar, y eso hace que romantice y disfrute este momento de soledad, solo yo, conmigo misma, sin tapaderas.

La tierra seca por la ausencia de agua hace que parezca arena, y los saltos de los pececillos hace que se creen diminutas ondas recreando las olas de una estampa digna de postal, digna de lo que fuimos y de lo que ahora nunca llegaremos a ser.

Y así nuestra historia tuvo su fin; bajo un paisaje marino a la luz de la luna.

Relatos de una chica que no cree en ella pero sí en el amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora