La bestia

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Observo mis rasguños y moratones arrinconada en la habitación con mi mentón sin parar de palpitar, con mis ojos rojos de llorar.

Mis intentos a la hora de cubrir mis heridas cada vez son más inútiles debido a la fragilidad de mi piel pálida expuesta a tanto dolor.

Esta cárcel que me vendieron como castillo hace que me agobie el vacío de sentimientos y el eco sin voz, me quedó grande su amor, me quedé insignificante yo.

La bestia sube, ¿Esta vez qué pasará? ¿Qué habré hecho mal?

Su áspera voz que conocí dulce suena al unísono con un estruendo que avecina su llegada. Lo peor es que podría reconocer sus pasos y aquellos gruesos brazos entre miles de personas, porque un día fueron mi refugio, mi salida, mi futuro.

Llega y mi mente deja de conectar, aceptando que es la vida que me ha tocado superar. No siento dolor, no quiero irme, no quiero que todo termine, ¿Soy la bestia? ¿O algo peor? Quizás mi inmensa tristeza y mis imperdonables fallos nunca lleguen a desaparecer, y ese es mi temor, entonces la culpable soy yo.

Me levanto inconsciente sobre el suelo frío, y a duras penas vuelvo al rincón. Nunca logro saciar a la bestia, pero él consigue que no quede nada de mí.

Atemorizada pienso en la idea de salir de este bucle de amor, pero me desespera poder perderlo todo, perderlo a él, a mi entorno, inconscientes de mi vergonzosa relación; él lo oculta como un secreto, pero yo como un juramento.

¿Me tomarán como una víctima en busca de consuelo?

¿O como una exagerada porque “las mujeres soportan comportamientos así desde siempre”?

Quizá solo soy una persona sufriendo lo insufrible, viviendo lo imposible y luchando por lograr la libertad, como muchas más.

¿Soy capaz de dejar de insistir e huir?

¿Me amo tanto como para dejarlo ir?

Pobre de él o pobre de mí, que no se alejarme de aquí.



Relatos de una chica que no cree en ella pero sí en el amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora