5:00 AM

20 9 14
                                    

  Sentía la brisa fría del amanecer, y por muchas razones no podía levantarme y coger la manta para taparme de nuevo— ¡Que idiota soy!— Yo no me la coloque  horas antes, porque con el calor que provocaba el dolor y el torrente de lágrimas, hizo que me la arrancara de un tirón y ahora yace en el suelo y en penumbra para nunca ser levantada de nuevo.

  Toda la noche, mis monstruos estuvieron debatiendo en voz alta, hasta formarse dos bandos con el mismo propósito— acabar conmigo— unos me decían: ¡sí hazlo, acaba con todo esto! En cambio otros decían: date una nueva oportunidad, ¿A quién torturaremos luego? Era una guerra acalorada, por eso también tiré la manta al suelo y ningún monstruo estuvo cerca para poder cogerla y devolverla a su lugar de origen,  yo les grite a ambos bandos: ¡Es mi decisión, ya cállense! Aún así, en silencio, les hice caso a los del primer grupo.

  Ahora se escucha un nuevo amanecer, pero no hay pajaros trinando, ni olor  fuerte café, es una mañana diferente, lo sé, porque yo la provoqué...

  El cielo está nublado, no lo veo porque no puedo abrir los ojos, pero de vez en cuando las gotas de lluvia caen en mi cara en proceso lento de descomposición;  el frío aumenta pero no puedo hacer nada, solo quedarme callado y esperar.

  Había dejado la ventana abierta porque necesitaba aire fresco una última vez, quería sentir el viento en mi cara, meterlo en mis pulmones y gritar lo más fuerte posible— pero ¿como podría ser yo, tan desconsiderado? ¿No sabes que era media noche?— así que expulsé aire poco a poco, tapándome la boca de vez en cuando.

  Mis pies estaban perdiendo color, y muy lentamente se transforman en una tela blanquecina desgastada, y podía decir que mi cuerpo adquería este lóbrego color con más lentitud por el gélido clima que se acumulaban dentro de la habitación, en realidad era el calor que estaba abandonando mi cuerpo para siempre.

  La cama se había tinturado de rojo con rapidez y mi corazón quería  acelerar, por unas ranuras en mi piel se escapaba mi calor, mi pasión, mis ideas, mis sueños—si es que aún conservaba uno— todo de mí se escapaba con gran rapidez, para chocar con la noche y perecer cruelmente.

  La música no me abandonaba porque a altas horas de la noche, la luna cantaba, cantaba solo para mí...

  ¡Ay de mí!  Mis monstruos se carcajeaban al verme agonizar y llorar todo la noche, no son más que  masas cumulosas muy estúpidas, aunque estaba llorando, pude blanquear los ojos y reír un poco— aún con todo mi dolor, pude reír una última vez— no se me partió el corazón en ese momento sino cuando lo ví, solo sentí lastima por ese niño, pero me volví para no verle la carita llena de angustia y mis monstruos hacían mucho ruido bajo mi cama para escucharlo llorar...

Arrepentimiento Donde viven las historias. Descúbrelo ahora