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  La lluvia ha cesado, siento un ligerísimo hundimiento en el pecho, es el peso de mis manos—o de la culpa— en el lugar donde antes se escondía un corazón y el frío me atenazaba los músculos.

  Las eternas horas que pasé de madrugada, en vela con el filo del bisturí en la muñeca izquierda, esas eternas horas que pasé llorado cuando borboteaban las primeras gotas escarlatas—por esas ranuras ví mi brillo apagarse—  visualice la silueta de la muerte... Y ¡parecen que han pasado años desde entonces! que duraron muy poco a cómo lo recuerdo y hasta me creí exagerado,  ¡Ni mis monstruos podian creer que lo había hecho! levanté mis puños en señal de victoria, aunque me quemaba la conciencia y se me destrozaba el fuerte que llevaba dentro.

  Sin pausa, sonaron tres— estoy seguro de qué fueron  tres golpes secos en la puerta—  pero no pasó nada, mi mayor miedo seguían rondando a oscuras con mucha cautela, escuchaba los pasos fuera de la habitación, y por alguna extraña razón, no olía a café, ese dulce aroma que todas las mañanas se colaba entre las bisagras de las puertas, por debajo y por arriba de ellas,  hasta golpear mi nariz, ya no estaba.

  Escuché mi nombre— sufrí un pequeño choque contra la realidad— era de esos nombres que no deberías ponerle a nadie, sonaba como una grosería, un extraño nombre, muy difícil de pronunciar y muy desagradable para recordar.

  Era la primera vez que me sentía tan nervioso por las personas que me conocían de cerca, a ellas nunca les tuve miedo pero ahora me siento intranquilo, y uno de mis monstruos usa mi estómago y vientre de alfiletero, agujas calientes se clavaban y luego salían  de mi cuerpo.

  Otro golpe me sacó de mi trance, quise abrir los ojos pero ya me los habían cosido, quise mover las manos pero resultaba imposible —ya que así lo era— quise gritar pero voz no me queda ya, estaba experimentando una transformación, un odio interno que amenazaba con escapar aunque no hubiera ninguna salida— se llama "arrepentimiento".

  Lentamente, oí el crugir de la puerta abriéndose de par en par, así como los ojos de mi esposa al verme tirado como un trapo sucio—no tenía que verla para saber la expresión de su cara—y un grito de dolor (o júbilo disfrazado)  se escapó de sus labios, junto con el sonido de algo estrellarse contra el piso y el estrépito fue tan fuerte que creí por un segundo, que era algo dentro de mi, pero ¿Cómo se va a romper algo que ya estaba roto?.

  Mi nombre fue rebotando en las paredes de la habitación — resultaba insoportable —porque ella lo repetía como si lo desconociera, como si lo acabara de escucharlo por primera vez, cómo si fuera irreal.

  Su corazón latía vigorosamente; así como mi odio, su corazón quería salir.

  No se porqué se llevó la mano al pecho—¿No escucha su galopar? ¡Mujer, sigue dentro de ti! ¡no ha huido porque aún  yo lo escucho pedir salida!— un torrente de lágrimas escaparon con gran fuerza de sus ojos—solo me sentía impotente— pasos veloces atravesaban la casa, voces temblorosas llenaban la habitación, su vida y la mía también, la poca que me quedaba.

Arrepentimiento Donde viven las historias. Descúbrelo ahora