1.el sur de Inglaterra

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Agosto de 1502

Elizabeth Chatworth estaba de pie al borde mismo de los acantilados cortados a poco,mirando el mar de campos de cebada.A sus pies,unos hombrecitos que parecían insignificantes caminaban con guadañas al hombro,otros aparecían montados a caballo y uno guiaba una yunta de bueyes.

Pero en realidad Elizabeth no veía a estos hombres, porque mantenía el mentón demasiado alto y sus mandíbulas tan apretadas que parecía que nada podría hacerle cambiar el gesto.Una cálida ráfaga de viento estuvo a punto de alejarla del borde,pero ella tensó sus piernas y se negó a cambiar la posición. Si lo que ya le había pasado en este día y lo que le esperaba no la amedrentaban, ningún viento caprichoso iba a moverla de su sitio.

Sus ojos verdes estaban secos pero tenía la garganta obstruida por una bola de furia y de lágrimas contenidas. Un músculo de la mandíbula se le contraía y aflojaba mientras respiraba profundamente, tratando de controlar los latidos de su corazón.

Otra ráfaga de viento le revolvió la masa enmarañada de cabellos color miel, y sin que Elizabeth lo notara, una última perla se desprendió y resbaló por su vestido destrozado y sucio de seda roja. Las ganas que había usado para los esponsales de su amiga estaban hechas trizas, sin posibilidades de arreglo, su cabello suelto y ondulante, las mejillas tiznadas, y tenía las manos cruelmente atadas detrás de la espalda.

Elizabeth levantó sus ojos al cielo, sin pestañear ante la brillante claridad del día. Toda su vida le habían dicho que su aspecto era angelical, y nunca se le había visto tan serena, tan parecida a un ser celestial como ahora, con su espeso cabello enroscándosele en el cuerpo como un manto sedoso y su traje rasgado que le daba la apariencia de una mártir cristiana.

Pero nada más lejos de los pensamientos de Elizabeth que la dulzura, o él perdón.

- Pelearé a muerte - murmuró, mirando hacia lo alto, mientras los ojos se le oscurecían hasta tomar el color de las esmeraldas en las noches de luna-. Ningún hombre me vencerá. Ningún hombre me someterá a su voluntad.

- Estás rogandole al Señor,¿Verdad?- le llegó la voz de su captor, a su lado.

Lentamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo, Elizabeth se volvió hacia el hombre, con una mirada tan fría que éste dio un paso atrás. Era un bravucón como el odioso personaje a quien servía, Pagnell de Waldenham, pero este subordinado era un cobarde cuando su amo no estaba presente.

John tosió nerviosamente y dio un paso adelante, tomando a Elizabeth por el codo.

- Puedes pensar que eres una gran dama, pero por el momento soy tu amo.

Ella lo miró a los ojos, sin demostrar el dolor que le estaba causando; después de todo, en cuanto a sufrimiento mentales y físicos ya había tenido bastante en su vida.

- Jamás serás el amor de nadie - le dijo calmadamente.

Por un momento la mano de John aflojó la presión sobre su brazo, pero inmediatamente la empujó rudamente hacía adelante.

Elizabeth estuvo apunto de perder el equilibrio, pero gracias a su esfuerzo de concentración se las arregló para mantenerse erguida y comenzó a caminar.

- Todo hombre es el amo de alguna mujer -. Decía John a sus espaldas-. Las mujeres como tú todavía no se han dado cuenta de ello. Pero todo lo que te haría falta sería un hombre de verdad que se te  echará encima para que aprendieras quién es el amo. Y por lo que tengo entendido, este Miles Montgomery es precisamente lo que te está haciendo falta.

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⏰ Última actualización: Oct 19, 2023 ⏰

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Ángel audaz -jude deveraux-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora