Prólogo

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Prólogo

París,1900

La familia circense Yang había fundado el Cirque des rêveurs tras instalarse en Francia. Llegados desde Joseon, huyendo de los conflictos que azotaban el país, tuvieron éxito casi desde el principio. Su plantilla se implementaba según pasaban los meses, y en su primer aniversario ya contaban con una cantidad considerable tanto de trabajadores como de bestias para sus espectáculos.

Todo parecía ir bien, hasta que la gestión pasó a manos del heredero del señor Yang, su nieto Yang Jeong-in, quien nada más tomar las riendas del circo comenzó a arruinar las buenas relaciones que se habían gestado durante tantos años.

Su actitud, antipática y cruel, calzaba a la perfección con su imagen dulce y su sonrisa agradable, la cual engañaba a todos aquellos que vivían fuera del circo.

De entre todos los trabajadores a su cargo, había uno con el que tenía un especial interés, y al que se encargaba de explotar de sol a sol sin apenas darle un descanso.

Seo Changbin se limpió el sudor que perlaba su frente. Apoyó su adolorida espalda en los barrotes de metal de la jaula que limpiaba y se dejó resbalar por ellos hasta sentarse sobre la paja limpia. Al otro lado, frente a él, uno de los leones lo observaba tumbado, con la mirada entristecida tal cual la suya.

—Estar aquí dentro es lo mismo que estar ahí fuera, Pierre —le dijo, aún cuando el animal ni parecía prestarle intención—. Todos estamos encerrados en una jaula que promete hacerte soñar y llevarte a un mundo de ilusión y fantasía.

Changbin resopló con fuerza, volviendo a ponerse en pie. Su pelo negro seguía bañado en sudor, sus ojos castaños se cerraban, y sus labios pequeños y carnosos se mantenían entreabiertos exhalando con fuerza.

Agarró el rastrillo con pesadez y siguió con su tarea, juntando la paja estropeada en una pequeña montaña. La cambio por nueva y llenó un saco con la que iba sacando, siendo este el séptimo saco que cambiaba en un corto periodo de tiempo.

Su trabajo consistía en mantener limpio no sólo a los animales, sino al propio circo en general. De todos era el que primero se levantaba y el último en irse a la cama, teniendo tan poco tiempo de descanso que muchas veces no sentía que dormir le ayudase lo más mínimo a menguar los dolores que tenía en el cuerpo debido al exceso de trabajo.

—Un saco más y habré terminado —se dijo, intentando darse ánimos.

El león se levantó tras de él, sacudiendo su pesado cuerpo y su melena un tanto desastrosa. Al igual que él, lo único que el animal hacía era dar vueltas en círculo dentro de su jaula todo el día, salvo cuando se lo llevaban para entrenar o para algún espectáculo. Todo ello dejaba marcas en el cuerpo del animal que luego él se encargaba de curar, o al menos lo intentaba.

Sin el más mínimo temor acarició la cabeza del animal, entre las orejas, haciendo que este cerrase los ojos y emitiese un sonido bajo.

—¡Changbin!—Escuchó que alguien lo llamó a sus espaldas—. Pierre sale conmigo en diez minutos.

—A la orden, Christopher.

Changbin salió de la jaula y volvió de nuevo a ella con los brazaletes de fieltro rojo y verde para Pierre. Se los colocó en las cuatro patas,y a su vez el domador de la bestia se preparaba cerca de la jaula en donde aún estaban ellos.

—Será mejor que acabes lo que tengas que acabar antes de media hora—comentó Christopher, al que muchos también llamaban Bang Chan—. No vaya a ser que te pierdas el número de tu trapecista favorito —le dijo, enseñándole los dientes en una sonrisa pícara, tal cual la voz que usó para decirlo.

El circo de los soñadores - ChangLixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora