Capítulo 44: Solo es una fiesta

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No había llegado con la plata.

Me había esforzado un montón vendiendo empanadas y pastelitos los fines de semana para poder pagarme la entrada a mi propia fiesta de egresados y no había podido llegar. Lo habría hecho si Alberto no hubiera cancelado la primera parte del pago, pero al cancelarlo todo, tenía que conseguir más plata para pagar de nuevo.

Estaba tan enojada que quería golpear las paredes con mis puños, pero nada de eso cambiaría las cosas. Solo me lastimaría más de lo que ya estaba, por suerte, no estaba tan sola, porque Caramelo me acompañaba.

Había sido en uno de esos fines de semana que papá no estaba en casa, donde había podido pasarme a buscar algunas de mis cosas y a mi perrita que tanto había extrañado. Sus orejas marrones como el caramelo líquido saltaban debido a su trote apresurado desde la puerta de la casa hasta la reja donde estaba parada. Ella tenía su collar rosado y mamá traía su correa, sus platos y el alimento; esa tarde, mi perrita se fue conmigo a la casa de Julián, su nuevo hogar.

La abuela de mi amigo tenía un gato bastante huraño que solo se dejaba tocar por ella, temía que hubiera conflicto entre ambos, pero pasado unos días, los dos animales terminaron durmiendo juntos debajo de la mesa.

Caramelo era la mejor compañía en mis días tristes, ella siempre aparecía y se subía sobre mí a lamerme la cara, por eso siempre terminaba riendo.

En estos días calurosos de noviembre, mientras Julián trabajaba o salía con amigos o su novio, yo me quedaba sola con su abuela a pasar mis tardes en la casa, aunque a veces, me iba con Vero o las chicas. Estaba feliz porque mi grupo de amigas había crecido con el regreso de Milagros y la inclusión de Vero, de pronto nos estábamos volviendo muy unidas, aunque no me terminaba de confiar con Mili.

Extrañaba mi celular para ver las lindas fotos que nos sacamos ese jueves en el Panza Llena, lo habíamos pasado tan bien que no quería olvidarme nunca de esa tarde.

Por eso suspiré sonriendo al recordarlo, Caramelo me mordía los dedos y doña Espinoza andaba por el pasillo, podía escucharla desde lejos porque arrastraba los pies al caminar. Cuando estuvo en la puerta de mi cuarto, se acercó con discreción.

—¿Nena? ¿Estás despierta?

—Sí, sí. —Levanté la cabeza para mirarla a la cara.

—Te buscan —dijo y se fue.

No me dijo quién, pero suponía que era alguna de las chicas, así que me levanté, acomodé mi cabello y con rapidez me apliqué un poco de brillo en los labios por si venía Vero. Así, salí por el largo pasillo hasta el zaguán donde estaban Pilar y Thiago observando toda la casa con curiosidad.

—¡Hola!

—¡Nati!

Nos saludamos y conversamos un poco de la casa y del fin de semana, ya estábamos por comenzar nuestras últimas semanas de clases. Imaginaba que ellos ya estaban listos para la fiesta de egresados y la entrega de diplomas.

—Venimos a hablar con vos sobre la fiesta.

—Ah —dije, no quería hablar de ese tema porque sabía que no iba a poder ir.

—Sabemos que te falta la mitad.

—Sí —pronuncié con desánimo—. Por eso no quiero saber nada de la fiesta.

—¡No seas boluda! Escucha lo que te va a decir Pilar.

—¿Qué?

—Con Thiago, Camila, Milagros y yo, pensamos que podíamos darte la parte que te falta. Hablé con mi mamá y estuvo de acuerdo.

Aquel último añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora