Caminé en sigilo por la vereda de la casa de mis padres. El lugar se veía silencioso y solitario, como si nadie estuviese dentro de la casa, pero sabía que al menos mis hermanos estaban encerrados en sus cuartos haciendo sus actividades de todos los días.
Por eso agarré mi llave y abrí despacio, para no crear tanto alboroto. Entré como lo hacía siempre, pero sintiéndome una extraña, porque desde hace tiempo este lugar ya no era mi hogar y sabía que la mitad de las personas que vivían acá no me quería ni ver.
Respiré hondo y caminé por el living que lucía siempre igual de ordenado y perfumado. El televisor plano estaba apagado, brindando silencio al piso de abajo, a diferencia del segundo, que era toda una revolución con los gritos de Agustín que jugaba a Online en la PlayStation y la música de Luján a todo volumen.
Mi hermana tenía gustos raros, similares a los de Julián y Matías, con esas canciones de rock que cantaban a los gritos y criticaban todo en sus letras; sabía que de juntarse ellos tres se la pasarían hablando de esas bandas y esas cosas. Se notaba que ni mamá, ni papá estaban en casa, porque Luján escuchaba eso cuando ellos no estaban. Nadie quería ver la reacción de Alberto si llegaba a enterarse de que la pequeña Luján escuchaba canciones que insultaban a la policía.
Su puerta estaba entre abierta, con la música alta saliendo de su computadora y ella acostada en la cama pintándose las uñas. Nunca iba a imaginarse de que yo estaba espiándola en silencio desde afuera.
—María Luján Heredia —murmuré y ella dio un salto.
Abrió la boca y se levantó a saludarme con un abrazo. Luego me agarró de la mano y me metió a la habitación cerrando la puerta para que el enano gritón de nuestro hermano no se diera cuenta de mi presencia.
—¿Qué haces acá?
—Hoy es mi fiesta de egresados.
—Jodeme.
—Sí, es hoy y quiero que vengas.
Sus ojos brillaron de ilusión, sabía que quería venir y yo también quería que alguien de mi familia estuviese presente, porque todos iban a estar con sus padres, hermanos y hermanas, y yo no quería tener un asiento vacío. Mis amigos eran como mi familia ahora y sabía que doña Espinoza estaría ahí por Julián y también por mí.
—¡Sí! ¡Quiero ir! ¿Pero cómo vamos a hacer?
—Mira, agarrá tus cosas, no sé llevate algo para ponerte y tus maquillajes en la mochila y en la casa de mi amiga nos preparamos. ¡Pero tiene que ser ya!
—Mierda Natu. —Miró hacia todos lados—. Bueno, ayudame, rápido.
Las dos fuimos al ropero de mi hermana, de donde sacamos ropa interior y discutimos cuál vestido podía usar esa noche, hasta que al final optó por ponerse una pollera y una blusa bonita que solía usar cuando iba los cumpleaños de quince de sus compañeras.
Guardamos todas las cosas que necesitaba y salimos del cuarto para irnos, pero en el camino nos cruzamos con Agustín saliendo del baño.
—¿A dónde van ustedes? —Agustín se nos acercó y sentí su mala vibra—. Vos Natalie, ¿qué haces acá?
—Agustín —dije amablemente—. Vine a acompañar a Luján para algo.
—¿Con mochilas? —Levantó la ceja. No era boludo, se daba cuenta—. Parece que se están escapando, le voy a contar a papá.
«Enano alcahuete», pensé al verlo. Aunque lo noté más alto y a pesar de ser un pelotudo me puse un poco contenta por él, porque estaba creciendo bien y en el fondo, aún lo quería mucho.
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Aquel último año
Teen FictionA Verónica Leiva le entusiasma empezar su último año de secundaria, su objetivo es disfrutarlo a más no poder junto a sus mejores amigos y el próximo año marcharse a la universidad para comenzar una nueva etapa. Cuando las clases están a punto de e...