Capítulo 47: Café y mate cocido

38 9 0
                                    


Al abrir los ojos experimenté por primera vez en mi vida lo que se sentía despertar al lado de la persona que amás.

Verónica dormía entrelazada a mí, por lo que no quería moverme para no despertarla. Su rostro inspiraba dulzura y su respiración relajada hacía un pequeño silbido al salir de su boca; esa misma que había besado con tanto ímpetu durante la acalorada madrugada donde nuestros cuerpos se conocieron tan íntimamente.

Fue asombroso.

El cabello de Verónica estaba despeinado y todavía tenía el maquillaje corrido, sentía ganas de limpiar su rostro con delicadeza, pero como continuaba durmiendo me quedé quieta apreciando su belleza.

Estaba tan hermosa, más con la cálida y tenue luz que provocaba el sol a través de las cortinas rosadas de su cuarto. El lugar me parecía tan bello, porque poseía la esencia de Vero, con esos posters de rockeros, la guitarra en su estuche, los CD's en el estante y también su lado más dulce, con el color de las cortinas y sabanas, los peluches de la otra cama o los libros de romance juvenil que tenía apilados.

Todo me hacía sentir un cosquilleo en el estómago que me provocaba sonreír como tonta. ¡Dios! Estaba tan enamorada de ella y me sentía tan feliz de poder decírselo y expresarlo sin miedo.

Le había confesado mis sentimientos con tanta emoción porque desde temprano quería hacerlo, necesitaba manifestarlo.

¡Por fin era libre de decir que amaba a una chica! ¡Y lo dije! ¡Se lo dije! ¡La amo!

Ella se había quedado helada por unos segundos, hasta que respondió diciendo que me amaba también. Con todo lo que últimamente había hecho por mí, no me cabían dudas de que lo hacía, lo había demostrado con todas sus acciones.

Seguí viéndola dormir, pensando en qué estaría soñando o qué solía hacer durante las mañanas al despertar. Había tanto por descubrir de ella, de su vida cotidiana fuera del contexto de la escuela, sus costumbres y manías. ¡Quería saberlo todo de ella! Solo esperaba poder tener el tiempo suficiente para hacerlo y claro, que ella me lo permitiera.

Cuando empecé a adormecerme tuve que moverme, provocando que se despertara. Ella abrió los ojos lentamente hasta que se encontró conmigo y los abrió más grandes, luego sonrió somnolienta.

—Buen día, preciosa.

—Buenos días, hermosa —respondí entrelazando más mis extremidades con ella.

—¿No querés desayunar?

Mi estómago estaba vacío y necesitaba comer algo, así que tuve que decir que sí y pronto nos levantamos, no sin antes pasar por el baño para darnos una refrescante ducha juntas.

Momentos después estuve sentada en la mesa de su casa, usando su ropa y esperando a que me sirviera un café que insistió con hacerme. Había pan y galletas para acompañar el desayuno, la tele estaba apagada, aunque ella me había dicho que si quería la podía prender.

—Sentite como en tu casa —dijo mientras acomodaba el mantel la mesa.

La verdad que últimamente me sentía mucho más cómoda en casas ajenas que en mi propia casa, que desde hace meses ya no era mi casa. Pero entendía lo que ella quería decirme, aunque ella había insistido con que no hiciera nada, igual terminé ayudándole a poner los platitos y tazas que usaríamos.

Afuera se escuchaba la música fuerte que ponían los vecinos, los perros que ladraban y los niños que jugaban en las escaleras del edificio. Adentro del departamento solo había silencio, pero era un silencio acogedor, porque Verónica preparaba mi café y su mate cocido, mientras que yo colocaba las galletas y los pancitos en un plato. Todo era doméstico y tranquilo, tanto que empezaba a hacerme ilusiones del futuro.

Aquel último añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora