Doña Espinoza por las tardes miraba programas de chimentos a todo volumen y a pesar de estar un poco alejada del comedor, igual podía escucharla desde el cuarto. Ella se reía y hacía comentarios a Julián que estaba ahí compartiendo un momento con su abuela.
Yo después de comer me había vuelto a la habitación para acostarme a seguir pensando. Habían pasado apenas cuatro días desde que mi familia se fue de vacaciones y por primera vez en mi vida, me había quedado y estaba muy lejos de ellos. No estaba contenta, ni tampoco triste, pero sentía una sensación extraña al pensar en todo eso.
Verónica había estado preguntándome si estaba bien o si necesitaba algo y yo todo el tiempo había respondido «no necesito nada, estoy bien, no te preocupes», pero en el fondo sí había algo que me inquietaba.
La llave de la casa de mis padres permanecía en mi cartera como siempre y esa cartera estaba colgada en la puerta del ropero que me habían prestado los Espinoza para guardar mi ropa. Mamá había tenido un poco de piedad y consideración en invitarme a buscar algunas de mis cosas cuando Alberto no estaba, también me había dado a Caramelo y la pequeña perra permanecía desde ese día conmigo. Pero había muchas otras cosas que habían quedado en mi habitación y con esa llave podía buscarlas ahora que mi padre, ni nadie estaban.
Eso era lo que me tenía pensando tanto: «¿estaría bien que me metiera a la casa a sacar cosas?». Y bueno, mis cosas me pertenecían, así que podía llevarlas; tenía mi cama y mi propio ropero con ropa. Pensaba vender algunas, así conseguía mi propio dinero y hasta se me cruzaba la descarada idea de vender algo de Alberto como venganza o quizás buscando algo de justicia por lo que me hizo...
Quería hacer mucho en esa casa y no estaba segura de estar obrando bien o mal. Porque después de todo, esa gente era mi familia.
Cerré los ojos escuchando a Caramelo que se rascaba debajo de la cama y seguí pensando en todo lo que pasó. Lo bueno y lo malo...
Entre lo malo siempre recordaba cómo Alberto me había golpeado, cómo me había humillado y cómo había manejado el auto de forma tan violenta el día que me vio con Vero. Toda la vida había sido ultra homofóbico y al parecer todo el supuesto amor que me tenía por ser su hija había desaparecido en un instante ese día. Ya ni siquiera se merecía que lo llamara «papá», él me había echado y me había abandonado, a pesar de ser mayor de edad, lo que me hizo fue cruel.
—Tengo que ir a esa casa —dije en voz alta y me levanté.
Caminé por el largo pasillo hasta donde estaban doña Espinoza y Julián riéndose de lo que hablaban sobre una discusión que habían tenido dos participantes de «el bailando» qué abuela y nieto solían ver por las noches, yo mucha bola no le daba a esas cosas, por eso quizás interrumpí egoístamente:
—Juli, ¿tenés ganas de pedalear?
—Siempre.
—Necesito que me lleves a un lugar, pero puede ser cuando termine eso. —Señalé al televisor que continuaba con el programa en pantalla dividida con las discusiones entre panelistas del programa de un lado y las imágenes de la pelea de la noche al otro lado.
No quería que tuviera que dejar a doña Espinoza sola por mí, ambos disfrutaban ver esos programas de chusmerio juntos.
—Dale, que se puso bueno —dijo sonriendo y la abuela asintió.
Julián me llevó en la bicicleta después de que terminó el programa de la tarde que veía con su abuela, él se quedó bastante sorprendido cuando supo que me estaba llevando a la casa de mis padres.
—¿Estás segura qué querés volver?
—Sí, tengo la llave y no hay nadie, no pasa nada.
—Está bien. ¿Querés que me quede con vos?
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Aquel último año
Teen FictionA Verónica Leiva le entusiasma empezar su último año de secundaria, su objetivo es disfrutarlo a más no poder junto a sus mejores amigos y el próximo año marcharse a la universidad para comenzar una nueva etapa. Cuando las clases están a punto de e...