Estuve relacionada con la muerte desde pequeña.
Siempre fue fácil ver cadáveres pues todos tenían características parecidas excepto la causa de su muerte.
Mi padre me sentaba en una banca al lado de las camillas luego procedía a explicar todo lo que hacía. Como de costumbre, también encendía una grabadora la cual registraba todo el proceso.
Siendo una infante pienso que quizá debía haberme asustado, después de todo cualquier niña(o) tendría esa reacción.
Aún así, no parecía que yo fuera esa clase de niños porque heredé la fascinación enfermiza por observar cadáveres.
La misma fascinación qué llevo a mi padre a su muerte.
Boonburgh, es un pueblo pequeño, la población asciende a solo tres mil personas. La mayor parte ancianos.
Los jóvenes crecían odiando el ambiente de este lugar, pues el aire tenía un peculiar olor a azufre y metales pesados. Algo normal, considerando que la principal actividad del pueblo es la minería.
Por ello, cuando los derrumbes ocurrían, solían ser hechos muy sonados en el pueblo. Al igual que las muertes, escándalos y vida ajena.
Pueblo pequeño, infierno grande dicen las malas lenguas. El mismo infierno qué vivía todos los días luego de la muerte de mi padre.
Detestaba la miradas curiosas qué la población me lanzaba. No había un solo día, en el cual, dejarán de atormentarme.
Eso era lo que pensaba, hasta que el fatídico derrumbe ocurrió. Tal vez, no era correcto sentirme alividia después de todo aquel derrumbe provocó la muerte de algunas personas.
Pero, dejar de llamar la atención definitivamente era algo, por lo cual, debía celebrar.
Aunque todos parecían estar de
luto. Estos días eran unos de los pocos, en los que podía sentirme cómoda de vivir.—Un final muy desastroso, para tan buenos hombres— dijo el sheriff del condado.
Observe los cuerpos, aún no estaban putrefactos lo cual facilitaría un poco su autopsia. El sheriff colocó el último cuerpo sobre una mesa de metal, tenía pocas camillas, así que esa mesa sería su lugar de reposo.
— Al menos, uno de salvo ¿no? — cuestioné al ver el rostro apesadumbrado del viejo sheriff.
—Esta grave, de hecho, los médicos dicen que no existe probabilidad de que sobreviva.
Adrian Godfrey, estudiamos juntos, era un niño tranquilo. El niño tranquilo al qué solía asustar, aún recuerdo como muchos me juzgaban por ser la hija del forense.
Los niños suelen ser muy prejuiciosos y rudos con otros. A él le resultaba fácil juzgarme y crear rumores a mis espaldas.
Tan fácil como me resultó encerrarlo en la morgue de mi padre.
Era un niño tonto, prejuicioso, terco y miedoso. Luego de esa noche no volvió a molestarme al menos no durante la primaria.
Es gracioso, porque ahora el estaba en peligro de muerte y si fallecía quien lo examinaría sería yo. Por un breve momento imagine como se sentiría, ver lo muerto, tan inservible, tan poca cosa...
Un cuerpo frío e inerte.
Godfrey siempre fue egocéntrico, se sentía el mejor por ser miembro de una de las familias más prósperas del pueblo.
—Aún no se como reaccionara su padre cuando le dé la noticia— repetía angustiado el sheriff.
—No es como si fueras Jesús para resucitarlo...
El sheriff soltó una pequeña risa, la cual acompaño luego, con una expresión de culpa.
—No digas eso niña, sabes lo testarudo qué es le señor Godfrey—argumento—, es capaz de culparme por la muerte de su hijo.
—Si... Todos sabemos como es esa familia
—En fin, no hay fecha exacta para finalizar con las autopsias— le informe—, son cinco cuerpos así que no me pidas que me apresure.
—Todas quieren saber más a fondo de lo sucedido...
—Por supuesto que sí, yo misma siento curiosidad— susurre—, pero vamos, son cinco cuerpos para analizar minuciosamente.
— Te entiendo, pero tengo a mis superiores, medios locales, familiares de las víctimas y a los pueblerinos sobre mi— se quito el sombrero—, entiéndeme tu a mi, niña.
Solté un fuerte suspiro.
—Lo lamento, pero sabes qué para culminar los exámenes tengo que enviar las muestras a la ciudad más cercana— explique—, aquí no tenemos el equipo necesario.
—Ya se, ya se... Eso tardará semanas verdad.
—¿Semanas?— reí—, meses.
Al salir de la morgue me abordaron unos periodistas, quienes tenían esperanza de obtener las primeras planas sobre lo sucedido.
—Lo lamento, pero no vamos a declarar... — el viejo sheriff intento ser razonable con ellos.
—Usted es una de las autoridades del pueblo, debería brindar algo de información— dijo una joven reportera mientras sostenía su micro.
Abatida me gire hacia a ellos.
—Realmente las autopsias tomarán su tiempo debido a que en Boonburgh no contamos con los laboratorios necesarios para analizar muestras, buenas noches.
El sheriff tuvo la amabilidad de acercarme a mi hogar, por supuesto, se lo agradecí. Aunque era lo menos que podía hacer por mi, luego de que lo ayude con los molestos periodistas.
Cuando entre me quite la ropa para luego colocarme una bata. Tenía la misma rutina desde siempre, la cual, incluía un buen baño después de regresar del trabajo.
De repente, sentí como alguien me empujaba duramente contra la pared.
Mi cabeza impacto contra la baldosa del baño provocando un leve lapsus, en el cuál, la vista se me nubló. El dolor azotó sobre la nuca y sentí como un líquido caliente escurría por mi cuello.
— Lidia, Lidia, tonta Lidia...— reconocí la voz de un viejo y para nada agradable conocido.
***
Nueva hisoria! Me inspiré en una serie que vi🤫
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El Frío de la muerte. (Algor Mortis)
Science FictionEl repentino derrumbe de la mina de Boonburgh, pondrá a toda su población en intriga. Cinco obreros muertos, con extrañas hendiduras en la parte superior de su abdomen además de las grotescas expresiones en sus rostros. Lidia, quien heredó el local...