La Fábula de Shadowmist

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En tiempos inmemoriales, cuando los susurros del viento llevaban historias a orejas atentas, florecía una fábula en las callejuelas empedradas de un reino recien creado.

Había una pequeña aldea llamada Shadowmist, resguardada por colinas y protegida por la sombra de un gigantesco roble. En esta aldea vivía un joven llamado Emrik, cuyos ojos siempre estaban dirigidos hacia el cielo, donde las nubes tejían historias en formas caprichosas.

Un día, mientras deambulaba por el bosque cercano, Emrik encontró una extraña semilla. Decidió plantarla cerca de su hogar y la cuidó con cariño. Días pasaron, y de la semilla surgió un árbol único, con hojas de colores purpúreos y un tronco que parecía guardar secretos.

La gente del pueblo, intrigada por el árbol, se reunió para observar su crecimiento. Cada día, las hojas cambiaban de tonalidad y el árbol irradiaba una sensación mágica. Corrió el rumor de que el árbol podía cumplir deseos, pero solo uno por persona y con un corazón sincero.

Pronto, la avaricia y la envidia se arraigaron en el corazón de los aldeanos. Cada uno ansiaba el deseo del árbol solo para sí mismo. Emrik, sin embargo, mantenía su deseo en secreto, visitando el árbol a menudo pero sin pronunciar palabra alguna.

El día llegó cuando los aldeanos, impulsados por su ansia, formaron una fila para presentar sus deseos al árbol. Uno por uno, expresaron sus ambiciones, y el árbol respondía a cada deseo con una hoja que brillaba con el color de la emoción genuina. Algunos eran amarillos como su avaricia, otros rojizos como su pasión desenfrenada, ciertos mostraban una angustia azulada y pocos demostraban un amor rosado. 

Cuando llegó el turno de Emrik, cerró los ojos y susurró su deseo en voz baja. El árbol susurró en respuesta, y una hoja dorada se posó en su mano. Pero Emrik no miró su hoja inmediatamente, en su lugar, observó a los aldeanos, cuyos rostros reflejaban la codicia y la insatisfacción.

Entonces, Emrik tomó la hoja dorada y la entregó al viento, dejando que volara lejos. Los aldeanos miraron con asombro mientras la hoja se alejaba. Emrik sonrió y dijo: "Mi deseo ya se ha cumplido. Ver la alegría en sus corazones es mi verdadera recompensa".

El árbol, tocado por el corazón generoso de Emrik, comenzó a brillar con una luz suave y cálida. Desde ese día, los aldeanos aprendieron a valorar las bendiciones que ya tenían y a compartir sus alegrías y penas. El árbol de deseos continuó floreciendo, y la aldea de Shadowmist se convirtió en un lugar donde la generosidad y la camaradería florecían como las hojas cambiantes del árbol mágico.

Y así, la fábula del árbol de deseos de Shadowmist se transmitió a través de generaciones entre muchos ancianos, recordándonos que las verdaderas riquezas no se encuentran en los deseos individuales, sino en la alegría compartida y en los corazones que laten en armonía con el mundo que los rodea.

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