La fábula del herrero

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En los tiempos antiguos, cuando las sombras y las luces bailaban alrededor de los corazones de los hombres como fieles compañeras, aconteció una fábula que resonó en los oídos de las almas curiosas.

En un reino enclavado entre princesas y bosques centenarios, vivía un herrero llamado Henrieth. Su martillo forjaba sueños en el yunque, y sus manos, curtidas por el fuego y el tiempo, tejían historias de hierro y acero. Una noche, cuando la luna era la única testigo, un cuervo blanco descendió del cielo con un mensaje: "En lo profundo del Valle Lunar, yace un espejo antiguo que anhela susurrar secretos a aquellos que se atrevan a mirar en su cristal. Ve y descubre lo que yace más allá de tu reflejo".

Movido por la curiosidad y la promesa de lo desconocido, Henrieth emprendió su viaje al Valle Lunar. Las hojas crujían bajo sus pies, y los susurros del viento le hablaban de pasados olvidados. Al fin, entre la maleza y los árboles ancianos, encontró el espejo, adornado con enredaderas y raíces plateadas.

Al mirar en su superficie, el reflejo de Henrieth no era solo su imagen, sino un mundo en el que su reflejo cobraba vida propia. Ante sus ojos, vio a un caballero errante, una versión de sí mismo imbuida de honor y coraje, pero también a un hombre atormentado por la sombra de la duda y el odio de su gente. El espejo le habló en susurros, "Encontrarás un medallón en la Cueva de los Pesares, que refleja quién eres y quién podrías ser".

Guiado por la misteriosa voz del espejo, Henrieth se aventuró a la Cueva de los Pesares, una gruta donde el eco de los lamentos pasados resonaba eternamente. En el centro, encontró un medallón de plata, y al sostenerlo, sus pensamientos y deseos se entrelazaron en una danza de destinos entrelazados. Vio la senda de la valentía y la senda de la sabiduría, y en cada una, el reflejo de su ser interior.

Aquel medallón se convirtió en su guía mientras regresaba a su hogar. Inspirado por sus visiones, forjó una armadura que reflejaba sus dualidades, una combinación de fuerza y sabiduría, luz y sombra. Con su nueva armadura, se convirtió en un protector del reino, enfrentando desafíos con determinación y respetando la dualidad en su corazón.

Y así, la fábula de Henrieth y su medallón perduraron a través de los siglos, recordándonos que en cada uno de nosotros yace un reflejo de lo que somos y de lo que podríamos llegar a ser. Porque en la intersección de la sombra y la luz, los corazones verdaderos encuentran su camino.

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