La leyenda del Alma Errante

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En las tierras ancestrales de Carbhoro, donde los pantanos se extendían como un manto oscuro y espeso y los bosques opacaban el sol, se tejía una leyenda macabra que hacía estremecer los corazones de los aldeanos. Esta historia hablaba de un espectro atormentado, conocido como el "Alma Errante", cuyo lamento eterno resonaba entre los juncos y la niebla.

Hace siglos, cuando el reino estaba sumido en la oscuridad de la ignorancia y la brujería, los pantanos eran un lugar peligroso y desconocido. Los aldeanos evitaban esos lugares, temerosos de los espíritus que se decía que moraban allí. Pero entre todas las historias siniestras, ninguna era tan temida como la del Alma Errante.

Se decía que el Alma Errante era el espíritu de una madre afligida y enloquecida por la pérdida de su hijo. La leyenda cuenta que su hijo, un niño curioso y audaz, se aventuró un día en los pantanos, atraído por los misterios que se escondían entre las aguas oscuras. La madre, llena de terror y angustia, lo siguió en busca de su pequeño. Pero los pantanos eran traicioneros, y pronto se encontraron perdidos en medio de la niebla y los juncos retorcidos.

Después de días de vagar sin rumbo, el niño y su madre finalmente sucumbieron a la desesperación y al hambre. Fue entonces cuando una presencia sombría se manifestó ante ellos. Se hacia llamar como "La bruja de Carbhoro", vestida con harapos oscuros y cabellos empapados, les ofreció un pacto desgarrador: les mostraría el camino de regreso a su hogar a cambio de una parte de sus almas. Atormentados por la sed de reencontrarse con su vida pasada, madre e hijo aceptaron el trato.

El pacto los liberó de los pantanos, pero también los condenó a una eternidad de tormento. La bruja llevó consigo una parte de sus almas, dejándolos incompletos y perpetuamente atormentados. La madre y el hijo se convirtieron en espectros, condenados a vagar por los pantanos y a atraer a otros niños perdidos con su lamento melancólico.

Los aldeanos hablaban en susurros de luces tenues que parpadeaban en los pantanos por la noche, luces que eran la señal de que el Alma Errante estaba cazando nuevamente. Los niños eran advertidos una y otra vez de no aventurarse cerca de los pantanos, de no dejarse seducir por las luces engañosas que aparecían entre la bruma.

Con el tiempo, la leyenda del Alma Errante se convirtió en una advertencia sagrada. Se construyeron altares y santuarios en los bordes de los pantanos, ofrendas de velas y flores dejadas en honor a los niños perdidos. Las madres susurraban historias de terror a sus hijos por la noche, recordándoles la importancia de quedarse cerca del fuego y evitar los pantanos oscuros.

Y así, la historia del Alma Errante perduró a lo largo de los siglos, una leyenda que recordaba a todos que la oscuridad de los pantanos de Carbhoro albergaba secretos aterradores y un espectro inquieto que vagaba en busca de almas perdidas para aliviar su propia agonía eterna.

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