Capítulo 11: Jaque al rey

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Arranca Víctor Fernández García



Víctor, más que escalar, volaba de forma distendida sobre la nieve de la escarpada ladera de la montaña helada.

Volar de un modo distendido puede resultar algo extraño, si no es porque uno lo hace manteniendo una agradable charla con su compañero de aventuras.

—¿A dónde nos dirigimos?

Si bien el semblante de Víctor rezumaba relajación, no ocurría lo mismo con el intrépido ratón Ramírez, cuyo tono ya revelaba de por sí lo creciente de su preocupación.

—Ahí está, para no verla...

Tal como pensó el ratón, Víctor volvía a estar en lo cierto.

No muy a lo lejos, una luz mortecina emergía de los ventanales de una vieja cabaña, en un crepúsculo tan avanzado que contrastaba enormemente con la oscuridad reinante.

Entraron.

Lo hicieron como quien campa por su casa.

Mientras que Ramírez tragaba saliva hasta en cinco ocasiones, Víctor parecía seguir de lo más tranquilo. Ni siquiera la visión de un pulpo aupado en una pecera lo alteró lo más mínimo.

—Finalmente. El creador en persona.

La voz del pulpo resultaba de ultratumba.

—DeLutor. —Una rápida reverencia de Víctor sirvió de preámbulo para que este se acomodase en una de las sillas del pequeño escritorio frente al que se hallaba el pulpo.

Invitando a hacer lo propio a Ramírez, fue el ratón quien no pudo más y dejó estallar toda su inquieta curiosidad.

—¿De qué va esto? —El ratón extendió ambos brazos frente a lo que a todas luces recordaba a un ajedrez. Varias plantas de juego. Niveles que se enroscaban unos con otros, presentando una rocambolesca formación de piezas aún más extrañas.

—¿Queréis tomar alg...?

DeLutor había decidido ser hospitalario. Pero Víctor parecía tener otros planes, además de cierta prisa.

—Óscar a Arkana.

La mirada del pulpo se enrojeció visiblemente.

Seguramente, tal y como pensaba el rival recién llegado, DeLutor no esperaría una comprensión tan rápida de una partida de tal complejidad.

Aunque lo cierto era que Víctor, para variar, no tenía ni pajolera idea de en qué consistía aquello.

Lo único que sabía era que el tiempo jugaba en su contra en aquel lugar, y que, si quería tener posibilidades de victoria ante ese pulpo, debía jugar, probando y seguramente errando, cuanto antes mejor.

Agarró la ficha del busto de Oscar y lo llevó a la caricatura de Arkana.

En seguida, los ventanales de la cabaña mostraron una extraña escena en la que una entrega de premios tenía lugar en una universidad mágica.

—Interesante movimiento... —DeLutor se acomodó en su pecera al decir aquello. Tras una breve pausa, su contraataque no se hizo esperar—. Àngels a Ulises.

Con un tentáculo viscoso que despertó algunas nauseas en Ramírez, el pulpo condujo la figurita de una farmacéutica a la fotografía de un tipo maquillado como un payaso inquietante.

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