2- Obligaciones

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Volver al poblado desde el bosque no me resultó complicado, lo cierto es que llevaba meses memorizando ese camino para poder ir cuando llegase el momento oportuno.

Me sequé las lágrimas de las mejillas mientras caminaba entre los árboles, sin poder dejar de pensar en aquel hombre.
Debí apartarme, no debería haber permitido que él bebiese mi sangre. Era un acto demasiado íntimo, más que cualquier otro tipo de relación o contacto entre brujos y solo podía ser realizado con tu compañero de vida. Sin embargo, algo me impidió alejarme. Era como si nuestras magias se hubieran unido y tomado el control de la situación.

Fuese como fuese, no permitiría que los altos cargos de Hebressa lo supieran o me obligarían a contraer matrimonio con él. 

Me frené en seco cuando estuve frente al porche de mi casa y tomé una bocanada de aire profunda.

Jamás estaría preparada para las regañinas de mamá.

Ella pareció notar mi presencia porque en cuanto me vio aparecer por el ventanuco, salió disparada del interior de la casa para envolverme en un abrazo.
Estrujó su cuerpo contra el mío como si no me hubiese visto en años e hice una mueca de incomodidad, casi no podía ni respirar.

— Vale, mamá. — traté de hablar con normalidad.— Me estás oprimiendo hasta los pulmones.— 

— Y bien merecido te lo tienes.— me regañó separándose de una vez por todas. — ¿Cómo se te ocurre salir sin decir absolutamente nada? Estábamos preocupados. — dijo en tono de reprimenda.

— Salí a pasear, no hay razón para preocuparse.— mentí restándole importancia y ella torció el rostro en una mueca desconfiada.

— Está bien.— habló sin creerme del todo.— Pasa, hay visita.— ordenó señalando el interior de la casa y asentí.

Desde luego lo que me encontré cuando entré, no me lo esperaba.

Aquel hombre al que había curado en el bosque estaba parado de pie frente a mi padre, charlando con él tranquilamente.

— ¿Qué está pasando aquí?— pregunté recelosa, temiendo lo peor y dirigiéndole una mirada asesina.

Más le valía no abrir la boca, por su bien.

El desconocido se giró en mi dirección al percatarse de mi presencia, sus ojos azulados recorriéndome de arriba a abajo.

Un escalofrío me agitó cuando lo hizo y le imité, observándolo con suspicacia.

Llevaba puesta una camiseta térmica apretada con protecciones de color negro, haciéndome acordar del contraste de su sangre oscura sobre el blanco pálido de su piel. Recordé sus abdominales perfectamente definidos bajo la ropa y sacudí la cabeza para apartar esa imagen de mi mente.
De parte baja traía puestos unos pantalones negros de guerrillero, ligeramente apretados y con bolsillos a los lados. Para finalizar, estaba usando unas botas negras de montaña. Parecía un...

Ay mi madre, la cosa empeoraba por momentos.

— ¿Esas son maneras de saludar?— me riñó mi padre, sacándome de mis cavilaciones.

Me quedé en mi lugar callada, esperando explicaciones sobre qué hacia en mi casa y pareció captar la indirecta.

— Me presento, señorita Laveau. — habló cordial.— Soy Elijah Delvaux, uno de los profesores directivos de la Escuela de Magia. Hoy me he reunido con ustedes para notificarles de que, debido a la cumplida mayoría de edad de la señorita Laveau, debe asistir a la escuela a partir de mañana.— explicó formalmente.

Una sensación de euforia invadió mi pecho, la felicidad despertando todas y cada una de mis células. Llevaba años deseando que este momento llegase para poder estudiar mis poderes, comprenderlos en su totalidad y aprender a controlarlos mejor.

Cazadora de brujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora