𓂻𝐿𝑎 𝑚𝑎𝑟𝑒𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑠𝑢𝑠𝑝𝑖𝑟𝑜𝑠 𝑎ℎ𝑜𝑔𝑎𝑑𝑜𝑠𓂉

5 1 0
                                    

Su potente mirada aún no se había esfumado de mi mente.

Sabía que todas las decisiones que él había tomado, no iban a dejar de atormentarme tan rápido, hubiesen sido o no por mi propio bien. Me había robado la posibilidad de elegir. La posibidad de no acabar con tantas vidas. Algo tan importante como eso y todavía no olvidaba la actitud de estos últimos días. Porque, evidentemente, ninguna de sus miradas furtivas me había pasado inadvertida.

Vacié mi mente, sumergiendome en el frescor de la brillante espuma que flotaba entre el agua, perdiéndome en aquella venenosa máscara de tranquilidad. Aquel exótico lago era sin duda alguna la mejor parte de aquella fortaleza. Por suerte el consejo me dejaría quedarme unos días más.

Necesitaba ese tiempo para encontrar respuestas, pero mi mente pedía a gritos un descanso, amenazando con disolver lo poco que quedaba de mí.

Con la mente en una realidad secundaria y solo los ojos cerrados con fuerza, relajé cada músculo de mi cuerpo, hasta que mis ojos no fueron la excepción y dejé que la marea me conduciera. Mantener el poder bajo control había llegado a ser mi mayor prioridad, perder las riendas y que este me manejara, mi mayor miedo. Sin embargo, ahora la tranquilidad de posar la responsabilidad sobre otros hombros, liberando mi resentido cuerpo, me resultaba una sensación agradable... Al menos hasta que las olas que chocaron contra mi cuerpo me advirtieron de la presencia de alguien más en el agua. Y sólo había alguien más que conociese aquel lugar.

Mis hipnotizados ojos no quisieron volver a cerrarse en cuanto les permití observar. Aún recordaba las palabras que el dueño de aquel rostro había dicho, que había lanzado como escudos a mi alrededor, intentando proteger, más tarde construir. Construir lo que el mismo se había encargado de romper y más.

Su desafiante mirada esmeralda me observaba de arriba a abajo, adquiriendo un tinte ensombrecido mientras me levantaba. Pedazo por pedazo de piel iluminandose, ya lejos del agua.

Tan solo hizo falta uno de sus decididos pasos en mi dirección para que un escalofrío, de algo aún más primitivo que el miedo, me recorriera la columna.

Si había venido a decirme algo, sus palabras quedaron ahogadas en mis ojos, igual que lo hicieron mis dudas. Al menos en un primer momento. Un primer momento, en el que sus pasos decididos habían inundado parte de su elegante traje.

Yo, ha diferencia de él, llevaba un imponente y sombrío traje de baño que me habían entregado al llegar a la fortaleza carmesí... Sin duda, nunca superaría mi admiración por ese poderoso color.

–El consejo ha organizado otra reunión –Nuestros miedos desatados en la marea, con cada suspiro y deseo contenido, estaban ahogando su intento por actuar con normalidad–. Reclaman tu presencia.

No dejé que el anhelo con el que había pronunciado su frase alterara mi expresión. Se había adueñado de ese «reclaman» como propio. Esa ansiosa mirada en mis labios, reclamándome... Por un momento sentí que los míos lo imitaban.

Mi cuerpo luchaba por mantenerse firme mientras él se acercaba aún más, más de lo que se consideraría prudente.

Sus ojos bajando aún más, mis piernas respondiendo a la necesidad de sentir el tacto de su piel, su mirada fundiéndose en deseo...

Estábamos a un paso de colisionar, de que nuestros cuerpos chocaran y se fundieran como uno solo. Hasta que se detuvo.

—No deberíamos...

Sabía que tenía razón pero estaba harta. Harta de que me dijeran que camino debía seguir. Harta de vivir esquivando pozos solo porque estaban tachados de desconocidos. Así que rompí el espacio que nos separaba y nuestros labios se encontraron apasionadamente.

🌌𝑬𝒔𝒄𝒓𝒊𝒕𝒐𝒔 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒍𝒂 𝒍𝒖𝒛 𝒅𝒆 𝒍𝒖𝒏𝒂🌌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora