Parte 3

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Siempre que estuviera en peligro o angustiado, Aegon sentiría la ira o el ansía de su dragón, sabía nunca estaría solo con Sunfyre. Daría su vida por defenderlo, desgraciadamente el maldito de su tío y Baela acabaron con su mejor amigo y más fiel compañero. Ahora intentaba llamar a su dragón, pensando en él, queriendo sentirlo, pero sólo había vacío. No llegaría a dónde estaba, no se volverían a ver.

Su sangre hervía y estaba dispuesto a hacer lo que sea para vengar a Sunfyre. Recordar cómo lo separaron a la fuerza de su dragón sin al menos permitirle estar a su lado en sus últimos minutos causó tal cólera que su corazón palpitaba bruscamente, mientras oía la razón de que su sobrino no pudiera devolverlo a casa. Tuvo sus dudas pero no tenía otra respuesta para lo ocurrido, mientras miraba a Baela atada en una silla.

Tenía la oportunidad de vengarlo.

Apartó su arma del cuello de Jacaerys, abofeteó el rostro de Baela sin piedad, su sobrino hizo un amago de ayudarlo a estar de pie pero Aegon negó, apresurandose fuera de la cárcel a recibir el sol en la cubierta del barco. Respiró hondo, sintiendo el oxígeno y el viento acariciarlo.

El aire era salino, muy diferente al relajante y perfumado aroma fresco de Oldtown.

Su cuerpo tenso se calmó un poco y buscó de dónde apoyarse, perdiendo el equilibrio, repentinamente recordando que tenía tiempo sin comer ni beber nada encadenado en la oscuridad.

—¡Aegon!– Jacaerys lo vió caminar de manera inestable, hasta que empezó a caer a un lado. Su piel pálida, cabello claro, junto a las heridas abiertas le daba una apariencia muy vulnerable y tétrica. Se apresuró a sostenerlo en brazos antes de que tocara el suelo, luego lo levantó del suelo cargándolo hasta la primera cámara que pudo encontrar para recostarlo– No te haré daño, puedes descansar.

Aegon miró con desconfianza a su ex-prometido. Aunque no le dió motivos para dudar de él, tenía aún los hombros tensos recordando el repentino ataque de Daemon y la muerte de su dragón. Su vista estaba borrosa, apenas pudiendo distinguir la silueta de su sobrino. El estómago seguía rugiendole, entonces prefirió arriesgarse pidiendo comida.

Lucerys consiguió ungüentos luego de revisar junto al resto bajo su mando el barco enemigo. Vió a través del telescopio a los otros dando señales pudieron interceptar la flota completa. Podrían entrar sin ser notados, luego con ayuda de los espías dentro terminarían esa guerra. La última vez que él y Jacaerys estuvieron en Desembarco del Rey, Daemon había enfurecido al descubrir el último decreto del Rey Viserys y apuñaló a Rhaenyra, antes de tratar de asesinarlos también como a su madre. Pudieron además llevarse a sus medio hermanos menores, sin embargo, Joffrey no tuvo suerte.

Un sabor amargo subió por su garganta sacudiendo la cabeza, apartando esos terribles recuerdos.

—¡Debemos apresurarnos, no sabemos cuánto tardará Daemon buscando a Rhaena en Harrenhall!– Exclamó y el resto hizo una reverencia.

Desconcertado de no ver a su hermano, lo buscó y encontró lavando unos cubiertos, con una bandeja al lado llena de pan y agua.

—¿Es para Aegon?– Preguntó Lucerys.

El mayor asintió con un triste suspiro y fué a la habitación donde dejó descansando a Aegon. Su corazón dió un vuelco al verlo inmóvil con los ojos cerrados, pero al acercarse logró ver que respiraba. Sólo perdió la consciencia.

—Está bien, gracias a los Siete...– Dijo en tono ronco, depositando la bandeja en la mesita más cercana.

Lucerys no dijo nada, pasando a su hermano el ungüento manteniendo el silencioso ambiente profundo. Las manos de Jacaerys se movieron con cuidado sobre las heridas de Aegon, tan gentiles que el menor las comparó con el toque de un colibrí hacía una flor.

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