Epílogo

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Rebecca Armstrong jamás llegaba tarde al trabajo.

Aun así, resultaba extraño verla en Dope Tattoos durante uno de sus días libres. Más aún si estaba siendo tatuada por Simon, su maestro.

—No puedo creer que la pequeña Rebecca finalmente haya decidido tatuarse —Murmuraba Robin. Aquella sesión, sin poder evitarlo, se había convertido en una atracción para sus amigas.

—Es una lástima que Engfa esté de luna de miel. Se habría muerto de risa al ver tu cara, Becky —Se burló Jill.

Lo cierto era que, para ella, la experiencia del tatuaje no estaba siendo algo demasiado agradable.

Mientras intentaba distraer su mente del terrible dolor miró a la pared de su estudio, esa que en tan solo dos años había experimentado grandes cambios. La frase de Harper Lee había sido reemplazada por la de Howe, los rostros de sus hermanos menores habían madurado, los cantantes habían cambiado...

Y el unicornio y el dragón ya no se besaban.

—No puedo creer que finalmente tenga una razón para tatuarme —Susurró Rebecca. La idea aun le parecía un tanto descabellada.

—Han sido dos años muy duros, Becky —Le dijo su instructor. Sus trazos eran delicados, profesionales, y tenían tanto cariño como el que ella necesitaba para permanecer siempre en su piel—... Creo que esta será una muy buena forma de comenzar una nueva etapa.

—Una nueva etapa —Suspiró.

Después de todo el dolor que había vivido aquello no se escuchaba tan mal.

***

Al salir de Dope Tattoos entró al auto que ahora le pertenecía. El interior estaba algo sucio, pero no le importaba. Mantenerlo así le hacía sentir que una parte de Freen Chankimha estaba siempre junto a ella.

Condujo lentamente hasta un lugar al que no habría esperado volver a entrar y llamó al elevador. En menos tiempo del que pensaba se encontraba frente a la puerta del departamento 18-D, cuestionándose en silencio si alguno de los vecinos había experimentado alguna vez una historia de amor tan triste como la suya.

Suspiró antes de entrar, pues había estado evitando aquella escena durante ya mucho tiempo. Aquel no era un lugar en el que realmente amara estar.

No luego de todo lo sucedido.

Al entrar encontró motas de polvo, cajas que pronto abandonarían el lugar, muebles viejos y un aire melancólico.

Realmente odiaba estar allí.

Sintió alivio al recordar que aquel departamento se vendería. Algunos malos momentos debían de quedarse allí para siempre.

Encontró entonces una caja, la única caja que le importaba llevar, y la abrió para encontrar así la colección completa de los libros de un demente. Y, aunque le traía malos recuerdos, no pudo evitar tomar uno y sentarse en la terraza con un suspiro.

Todo esto llevó su mente a aquella noche en la que Freen se había sentado allí con deseos de morir. El corazón se le encogió en el pecho y en sus ojos se formaron lágrimas que intentó retener.

Jamás podría describir el dolor que sintió esa noche.

Reteniendo sus lágrimas comenzó a leer el libro de Howe en voz alta. Tal vez el viento podría llevarle sus palabras a alguien que las necesitara.

¡Pobre pez! Gritaba el marino. ¡Pobre marino! Gritaba el pez. Y fueron pobres juntos... Y en el funeral había un cuerpo sin vida, pero quien se veía sin vida era la viuda... ¿Se salvó? Preguntó la princesa... ¡Mira! ¡Manzanas! ¡Peras! Y tú...

La Tatuadora de Libélulas - FreenbeckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora