Prólogo

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Rebecca Armstrong jamás llegaba tarde al trabajo.

Siempre podía encontrársela entrando a tiempo en Dope Tattoos con un suéter de cuello alto, ajustados pantalones que marcaban su figura, tenis viejos y una coleta que dejaba al descubierto su largo cuello. No le gustaba llamar la atención, eso estaba claro, y tenía buenas razones para ello.

—¡Buenos días, Rebecca! —La saludó la mujer en cuánto la vio llegar.

Era la recepcionista del estudio, quien tenía un hermoso sol tatuado en la base del cuello y un ángel con rostro de mujer cubriendo todo su brazo, ambas obras de Rebecca. Además, su ceja derecha y su labio estaban perforados.

—Buen día, Engfa —Respondió con una sonrisa al encontrarse con sus ojos marrones—. Char estaba llamándote. Quiere saber si irás con ella a cenar esta noche.

Char era una de las muchas hermanas adoptivas que Rebecca tenía, la novia de Engfa y el rostro del ángel.

—Por supuesto —Asintió con una sonrisa—... Jamás me perdería una cena con ella.

Luego de esta corta conversación la chica fue a su área de trabajo, deteniéndose antes para saludar a Simon, jefe y dueño del local, y a sus demás compañeros.

De haberte acercado al área de Rebecca Armstrong no habrías encontrado nada fuera de lo común para una tatuadora. La pared estaba repleta de grafitis de colores metalizados y llamas alrededor que citaban su frase favorita de Matar a un Ruiseñor, y pequeñas personas caricaturizadas —entre ellos sus artistas favoritos y sus familiares— jugaban entre las letras. En la otra pared, casi con demasiado orden, se hallaban diversos afiches de bandas de rock y metal que, sinceramente, no escuchaba.

Como dije, nada fuera de lo común.

Durante las tres primeras horas el lugar estuvo tranquilo y Rebecca solo hizo un par de pequeños tatuajes con grandes significados. Como siempre, se sintió orgullosa de ellos.

... Y entonces ella llegó, lista para cambiar su vida, aunque en un primer momento ninguna de las dos lo notó.

La campanilla de la puerta principal alertó a todos de que alguien había entrado, pero solo Rebecca volteó a mirar.

Ella llevaba pantalones ajustados, botas altas, una chaqueta de cuero abrochada hasta el cuello y un beanie, todo de color negro. Sus ojos estaban cubiertos por gafas de sol, sus labios eran decorados por un intimidante color oscuro y sus perfectas facciones sobre una tersa piel pálida no demostraban más que seriedad.

Rebecca sonrió mientras rodaba los ojos.

Seguramente ella sería una de esas extravagantes clientas que pedían enormes calaveras en sus espaldas, o feroces y malignas serpientes enroscándose por su pierna y ascendiendo hasta devorar uno de sus pechos.

Sin poder quitarle la mirada de encima ni un segundo sus ojos la siguieron hacia el mostrador.

Tenía un andar elegante, decidido, y su cabeza siempre se mantenía en alto, como si viviera sola en el mundo y las oportunidades de tropezarse fueran nulas.

Era guapa. Muy guapa. Rebecca podía darse cuenta de esto a la distancia.

Sus facciones esculpidas, sus labios oscuros dibujando una fina línea, la forma en la que hizo su cabello castaño a un lado al caminar... Sin duda era una mujer por la que cualquiera perdería el aliento.

Sus manos pasaban las páginas de los folios con delicadeza y observaba cada diseño un par de segundos, juzgándolos tras sus gafas con los labios apretados. Poco a poco parecía descartar a cada tatuador del local.

La Tatuadora de Libélulas - FreenbeckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora