La muerte del Padre.

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El duelo...

Dolorosamente parte de la rueda de la vida...

....

Caía la última hoja de la parra, en una danza circular junto a la suave brisa invernal, hacia la acolchada tierra húmeda, donde sería recibida junto a sus hermanas para adornar el suelo mojado por las lluvias de las semanas anteriores.

Tal como el viaje de la hoja inició, comenzaba el último trecho de la travesía del padre. La noche anterior, antes de exhalar su último suspiro y ápice de conciencia, dio el adiós a sus seres queridos más cercanos. Luego de aquello, se sumió en un sueño profundo, a ratos despertaba, en otros se sumergía en la paz y quietud que le ofrecía la oscuridad.

El resto de la noche fue tortuosa para el hijo que cuidaba de él. Pasó las horas en vela cuidando su sueño que a veces se volvía un poco tormentoso para luego volver a la templanza. El padre estiraba sus manos, como si quiera sostenerse de algo o alguien por última vez. En ocasiones murmuraba nombres, aparentemente llamando a aquellos seres amados que ya habitaban en la luz infinita del manto celestial.

En un último esfuerzo, sus pulmones se llenaron de oxígeno, para luego exhalar y no volver a hacerlo nunca más. Su corazón dio el último lento latido y se detuvo. Su expresión se relajó. Parecía dormido, de cierta manera lo estaba. Se encontraba sumido en su profundo sueño del cual no volvería a despertar.

Se dio comienzo a los llamados de rigor dando la noticia del fallecimiento del padre. En un abrir y cerrar de ojos, la casa se llenó de familiares, amigos y ojos curiosos para tener la noticia fresca. Los cuatro hijos se reunieron para despedir a su padre.

Empezaron los llantos a mares y lamentos de no haber estado con él más tiempo. El hijo cuidador no estaba de acuerdo con esto. Durante el tiempo de la enfermedad del padre, explicó a su hermano mayor que debía visitarlo, pues, no había claridad de cuánto tiempo más podría estar en el reino de los vivos, no obstante, este hijo no hizo grandes esfuerzos por pasar mayor tiempo con su progenitor. En su momento, hubo diferencias entre ambos hermanos. Sin embargo, el hijo cuidador se hallaba envuelto en una serenidad y paz, al haber dado todo por su padre cuando él le necesitó.

Lágrimas, narices húmedas, llantos y lamentos más tarde, hizo su aparición los servicios funerarios. Con todo el respeto y delicadeza posible, arreglaron el cuerpo del padre para que luciera bello ante los suyos en su despedida final.

El hijo cuidador firmó el contrato de servicios y pagó una suma considerable. El otro hijo, miraba con recelo la escena, preguntándole después al hijo cuidador cuanto había pagado, por la respuesta el otro hijo abrió los ojos como si se le fueran a salir de sus cuencas y exclamó "¡Hasta cuando uno muere tiene que pagar! ¡Esto es el colmo!". Sonó tacaño. Pero lo fue, casi con molestia e incomodidad apenas compraba algunos insumos que su padre necesitó mientras se hallaba enfermo, así como tampoco invirtió de su tiempo en visitarle mientras estaba vivo. Fue todo un hijo tacaño.

El hijo cuidador dejó pasar el comentario molesto y no le dio mayor importancia, hacerlo era el equivalente a una pérdida de energía.

Lágrimas y susurros más tarde en la iglesia, los hijos y nietos comenzaron a acomodar el espacio donde se le daría el adiós al padre. Comenzaron a llegar personas conocidas de la familia a acompañarlos en su dolor, con grandes y hermosos arreglos florales.

El frío de la mañana siguiente había dejado su huella en el pasto congelado así como también en los tejados de las viviendas.

Se oía el crujido de la fina capa de hielo al romperse con el contacto de las pisadas del hijo cuidador cuando transitaba hacia la iglesia para la despedida final de su padre. Esperó por largos minutos la llegada del hijo tacaño, pero este último demoraba más de la cuenta.

Finalmente llegó junto con los otros dos hijos, familiares y cercanos.

Unos lamentos y narices húmedas más tarde, dieron inicio a la ceremonia de homenaje del padre. Lágrimas silenciosas caían por los rostros de sus cuatro hijos. Algunos se sorbían la nariz, otros oraban y rezaban, unos se lamentaban, otros intentaban contenerse. La brisa gélida movía abrigos y faldas, recordando que ya había comenzado el invierno. Los presentes se estremecieron al sentir la fría caricia, los hijos sintieron una opresión fuerte al tomar conciencia que ahora se encontraban solos.

Las pisadas eran amortiguadas por el césped mojado y la tierra húmeda. El sol apenas entibiaba y la brisa fría se hacía cada vez más presente. Era la despedida final.

Algunos dijeron palabras remembrando tiempos pasados, otros intentaron articular algo pero el llanto no los dejó. Deseaban ser valientes y no derrumbarse, pero el dolor de la perdida era mayor.

La brisa comenzó a soplar con un poco más de fuerza volando bufandas y algunos sombreros. Los hijos sintieron el frío dentro de sus almas, como si algo las carcomiera. El sentir de la perdida se estaba tornando real y tangible. Quisieron reprimir la tristeza, mas no era posible ya que las lágrimas se escapaban sin su autorización de sus ojos.

La brisa volvió a sentirse, mientras las últimas hojas del recién pasado otoño caían de las copas de los árboles. Una hoja marrón con movimientos ondulantes cayó sobre el féretro mientras descendía con lentitud hacia la tierra. Unas tres más le siguieron con movimientos de espiral, como si danzasen entre ellas, entrelazándose y cruzándose, como un lazo irrompible. Cuatros hojas del mismo árbol, cuatro hojas de color marrón se asentaron en el ataúd mientras este bajaba hacia la tierra.


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⏰ Última actualización: Sep 09, 2023 ⏰

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