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Bajo las escaleras de mi edificio tras leer la notificación en mi teléfono, casi caigo al tropezar con una maseta mal ubicada en uno de los escalones desgastados y finalmente salgo al exterior, el aire a rebeldía me llena los pulmones y vislumbro el coche deportivo estacionado, esperando.

Abro la puerta del copiloto y me adentro viendo al conductor y sus ojos brillantes.

Él se inclina levemente y tras dejar mi bolso caer a mis pies me incliné, apoyando una de mis manos peligrosamente en su pierna para unir nuetras bocas, con mis dedos hundiendose en su cabello.

Su boca es un sabor conocido y la sensación de tenerlo otra vez se siente como pequeños choques en mis terminaciones nerviosas, su palma acariciando mi cuello de forma casi imperceptible.

Está mal, lo sé.

Solo no puedo dejarlo.

Cuando me acomodo en mi lugar y me coloco el cinturón enciende el coche y avanzamos por la ciudad como si fuese nuestra.

La llovizna golpeando los cristales, pero nuestra conversación haciendo el camino a donde sea que vayamos mil veces más ameno.

No se nada de él.

Solo se que nos cruzamos una vez, hablando de nada en realidad, aunque durante horas y no importó absolutamente nada.

Amanecimos besándonos sobre el capó de su deportivo a las afueras de California, esa vez no supe ni siquiera su nombre.

Me llevó a mi habitación en la universidad y desapareció durante semanas.

Me lo encontré otra vez frente a mi piso tras salir de mi turno en el bar, se inclinó a besarme y tan harta de todo tomé su mano para huir de los tonos grisáceos que me tintaban.

Se convirtió en un círculo.

Un secreto.

Mio y del chico de lo ojos marrones.

Yo en su auto tras un mensaje, besos, conversaciones tan banales que a veces rozaban lo profundo, luego nosotros disfrutándonos en los asientos traseros con los vídrios empañados.

Él desabrochó el corsé y sus labios acariciaron mi piel, un suspiro abandonó mis labios sus manos mantetiendome en mi lugar sobre su entrepierna, besos, gemidos y jadeos.

Marcas en mi piel y la suya que tardaban días en desaparecer, gruñidos, condones gastados y aquella sensación de que podría fundirme en su piel, en sus brazos.

Habíamos hecho esto tantas veces que lo conocía y me conocía, jadeantes sudorosos y cansados mi cabeza reposó en su hombro y sus manos acariciando la piel desnuda de mi espalda y sus labios se plantaron en mi hombro.

Cuando volví frente a los ladrillos grises del bloque femenino de la universidad solo besé sus labios otra vez, pero había algo en él.

Algo que quería decirme.

No lo dijo.

Supe cuando besó mis labios suavemente que estaba rompiéndo el círculo vicioso que manteníamos.

No mas noches de besos, pláticas, sexo y comida chatarra en su coche.

No mas lo que sea que hay sido eso.

Y solo cuando cerré la puerta de mi habitación y vi mis cosas desparramadas por todas partes noté aquella sensación.

Tristeza.

Sea quien sea el Lance, sentía en mi corazón que se habia ido para no volver.

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Disculpa, Te amo | Lance StrollDonde viven las historias. Descúbrelo ahora