𝟏𝟏. 𝐑𝐨𝐛𝐚𝐨𝐯𝐞𝐣𝐚𝐬

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Nettles avanzó con determinación por los intrincados corredores del impresionante castillo de Rocadragón. Las paredes de la fortaleza estaban construidas con la oscura piedra volcánica, adornadas con intrincados diseños tallados y antiguos estandartes de la Casa Targaryen que conferían a las estancias un aire ancestral y misterioso. La iluminación escasa arrojaba titilantes sombras que danzaban en las paredes, aportando aún más al enigma del lugar.

A medida que se abría paso, Nettles se encontró con sirvientes apresurados y ansiosos que se afanaban en organizar el viaje de la familia Targaryen hacia la capital, Desembarco del Rey. La orden del rey Viserys había sumido a la corte en un frenesí de actividad. Sirvientes apilaban suministros, caballeros ajustaban las monturas y consejeros se congregaban en consejo. La noticia de su retorno a la Fortaleza Roja había desatado expectación y emoción entre todos los presentes.

Nettles compartía esa ansiedad. Anhelaba regresar a la Fortaleza Roja para ver al rey Viserys y a Aemond. La ausencia de su madre había dejado un vacío en su corazón, y sabía que, al menos, al estar cerca de su familia, podría sentirse más conectada con el recuerdo de su madre. A pesar de su estatus de bastarda, había hallado una cierta aceptación y calidez en la Fortaleza Roja, especialmente a través de los ojos de su madre. Sin embargo, Daemon, su padre, se lo había prohibido después del incidente anterior, y ella se sentía atrapada en Rocadragón.

Finalmente, Nettles emergió del castillo y se dirigió hacia las colinas que rodeaban la fortaleza. El aire fresco de la noche la recibió mientras avanzaba, y la luz de la luna pintaba su camino con una pálida luminosidad. Fue allí, cerca de las colinas, donde encontró a su media hermana Visenya.

Visenya se alzaba majestuosamente junto a su imponente dragón Robaovejas, cuyas escamas relucían bajo la luz de la luna. La figura de Visenya, con su cabello plateado y su porte regio, creaba un contraste impresionante con la bestia alada a su lado. Ambas la observaron con curiosidad mientras se acercaba.

Nettles avanzó con una sensación de asombro en su interior mientras se dirigía hacia su media hermana Visenya y su majestuoso dragón Robaovejas. Desde muy temprana edad, los dragones habían dejado una profunda impresión en su corazón. Le habían cautivado cuando los incluía en sus historias y leyendas, y la narración de la historia de Valyria, a petición del rey Viserys, solo avivaba aún más su fascinación.

Sin embargo, con el tiempo, había empezado a entender que los dragones eran mucho más que simples criaturas legendarias. Eran el símbolo más icónico de la Casa Targaryen, una familia que, aunque compartía la sangre por parte de su padre, Nettles no sentía como suya. Eran un recordatorio constante de su condición de bastarda y de su distancia con los verdaderos Targaryen.

A medida que se acercaba a Visenya y observaba cómo acariciaba a Robaovejas, sintió que su corazón latía con fuerza en su pecho. No era solo un dragón; era un lazo tangible con su herencia, algo que podía tocar y sentir. Aunque sabía que no tenía el mismo vínculo con los dragones que su media hermana, la presencia de Robaovejas aún la llenaba de un sentido de pertenencia que había anhelado durante mucho tiempo pero que poco a poco se convertía en algo muy lejano. La envidia de su relación con el dragón era innegable, pero también había un profundo respeto y admiración en su mirada mientras se acercaba.

―¿Qué sucede? ―preguntó Visenya mientras observaba de reojo a Nettles. La muchacha de rizos oscuros se detuvo a una distancia que creyó prudente, justo cuando el dragón comenzó a rugir.

―Quería saber cuáles son tus intenciones de quedarte aquí en Rocadragón ―soltó Nettles mientras se cruzaba de brazos. Visenya se encogió de hombros.

―Solo quiero quedarme contigo y hacerte compañía. Podríamos salir a pasear en Robaovejas o mirar el amanecer mientras bebemos vino. Podría ser divertido.

―Visenya, debes ir. No necesito que nadie se quede conmigo. Además, sabes que ese dragón me odia. Cada vez que me acerco, actúa como si fuera una de sus víctimas lanudas.

―Robaovejas no te odia, solo es un poco posesivo. Además, ya está controlando su hambre. ¡Ven, acércate!

―¡No lo haré! He visto cómo es a la hora de comer. No quiero terminar como carnada.

Visenya soltó un bufido.

―¿Entonces, cómo lo montaremos mañana para ir a Desembarco del Rey? ―soltó la muchacha con una sonrisa en los labios.

―¿De qué hablas?

―Hablo de que montaremos a Robaovejas para ir hasta la Fortaleza Roja ―pronunció con una sonrisa en los labios.

Visenya avanzó con una gracia determinada, tomando la mano de Nettles con suavidad mientras la guiaba con delicadeza hacia el cuello escamoso del dragón. En ese instante, Nettles quedó en silencio, una amalgama de temor y ansias recorriendo su cuerpo en un torbellino de emociones. Cada centímetro que sus dedos avanzaban por la dura armadura del dragón evocaba recuerdos de Aemond, el día en que él había reclamado a Vhagar como suyo. Un escalofrío recorrió su espina dorsal mientras su mente se inundaba de nostalgia y nerviosismo.

En ese momento, no solo tocaba la piel rugosa de Robaovejas, sino que también se aferraba al futuro incierto que le deparaba el encuentro con Aemond, después de tantos años sin tener noticias de él. El mañana se cernía ante ella como un lienzo en blanco, prometiendo un torbellino de emociones, y Nettles, en ese momento, se aferraba a la singularidad de la experiencia. La esperanza y la incertidumbre danzaban en su corazón mientras los suaves dedos de Visenya la guiaban en esta nueva etapa de su vida.

Visenya habló con voz serena mientras sostenía la mirada de Nettles, transmitiendo una tranquilidad que comenzaba a ser contagiosa. Era consciente de que los dragones eran criaturas sensibles, capaces de percibir las emociones de aquellos que los rodeaban. Además Robaovejas había Sido rechazado por varios jinetes, ya que no era el dragón más hermoso ni el más obediente. Eso cautivó un poco más a Nettles.

Nettles asintió, tratando de controlar el latido frenético de su corazón. Sin decir una palabra, soltó su mano y dio un paso atrás, deseando demostrar la fuerza y serenidad de la que Visenya le había hablado.

Con una voz llena de dudas, Nettles preguntó: ―¿Crees que funcione? ¿Podremos llegar a la Fortaleza Roja sin incidentes?

Visenya, con su cabello plateado cascando libremente y sus ojos violetas que brillaban bajo la luz de la luna, se volvió hacia Nettles. Parecía una criatura mágica en medio de la noche.

―No te preocupes, Nettles. Aunque lleguemos un poco tarde a la fiesta, llegaremos a salvo. Confía en Robaovejas, y todo estará bien.

***

holi, ¡Capítulo nuevo! No olviden votar y dejarme un comentario. Falta muy poco para el reencuentro de Nettles y Aemond :)

Loyalty  | 𝐀𝐞𝐦𝐨𝐧𝐝 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora