Las lágrimas de la luna

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La fuerte lluvia volvía aún más oscura la noche, el lobo que verificaba que el límite de su territorio estuviera libre de cualquier intruso, apenas podía usar bien su nariz, con una tormenta estruendosa, debía recorrer todo el límite del territorio de la jauría antes de poder volver con su pareja. Unos pocos metros antes de qué terminara su recorrido, fue sorprendido por el grito agudo proveniente del bosque más allá de su ruta habitual; Tenía prohibido salir del territorio solo, en caso de ser atacado no podrán exigir ningún tipo de justicia, esa tierra no le pertenecía a nadie, por lo que, nadie se haría responsable de cualquier ataque, pero esos gritos desesperados sonaban igual a los de un bebé, tenía que correr el riesgo para dormir tranquilo.

Corría tan rápido como sus patas le permitían, sus orejas giraban tratando de localizar el origen del ruido, usaba su nariz ocasionalmente para asegurarse de no correr el círculos o alejarse demasiado se si territorio, todo mientras el grito se volvía poco a poco en un sonido reconocible. El llanto de un bebé, casi como el de un recién nacido, era una criatura indefensa que lo llamaban suplicando por ayuda.

Al llegar a territorio que no le pertenecía a nadie, era un blanco fácil para cualquier cazador, pero el llanto no disminuía ni un poco, por lo que se veía obligado a apresurar el paso pasa poder encontrar al indefenso bebé.

El lobo se detuvo al poder divisar una canasta de la cual surgian los gritos desesperados, una pequeña manta se removía en su interior, empapada remarcando cada movimiento del infante; ante esa imagen el lobo solo pudo tomar el canasto con su fuerte mandíbula y la llevo hasta un tronco hueco.

Con su nariz olfateó el interior del cesto, descubriendo que la pobre criatura estaba sucia pero no herida, con dificultad, se acomodo en el interior del tronco tratando de brindarle calor con su cuerpo, esperando que la lluvia disminuyera.

Después de un largo rato, los aullidos de su manada lo hicieron saber que estaba pasando mucho tiempo lejos, él solo pudo responder alzando un aullido claro indicando su posición, antes de recibir una respuesta de la misma manada, la luz de la luna logro colarse entre las nubes, alumbrando directamente al bebé en su canasta, dándole una señal clara, debía llevar a la bebé.

El lobo alzó un aullido agradecido a la luna por encomendarle una misión tan importante, como la crianza de un cachorro.

Apenas disminuyó un poco la lluvia, el lobo tomo en sus fauses el mojado canasto y corrió con el devuelta al territorio de la manada en la que vivía, implorando que el bebé reciatiera el frío del viento después de haber estado quién sabe cuánto tiempo abandonada en ese lugar.

Al llegar a su territo, encontró al alfa de su jauría, el hombre lucía imponente y musculoso, la marca de alfha se encontraba en su hombro izquierdo lo hacía lucir aún más intimidante; el hombre serio lo detuvo antes de entrar en su territorio, haciendo que el lobo explorador bajara las orejas y se inclinará, dejando de momento al bebé en el suelo.

— ¿Por qué haz salido? — regaño el hombre parado frente al lobo.

Antes de que pudiera intentar responde, como si la criatura del canasto lo entendiera, comenzó a llorar nuevamente, atrallendo la atención del hombre molestó dejándolo atónito.

— ¿Lo encontraste es el bosque?— el asombro que se mostraba en su voz calmo un poco a la criatura.

El lobo asintió y gruño advirtiendo que no estaría dispuesto a dejar el pequeño cesto.

— No puedes traer a niños como si fueran frutas del bosque, su familia debe estar buscándolo — aseguro sin siquiera asomarse al interior del canasto.

El lobo solo alzó las orejas y aulló, dándole a entender que la luna le dijo que debía llevarla.

Antes de que el hombre pudiera responde, un lobo blanco acudió hasta ellos agitado, con un quejido y gruñido entrego un mensaje, imposible de entender para aquellos que fueran extraños a la especie, pero el hombre, cambio por completo su expresión antes de comenzar a correr hasta la única cabaña visible entre pequeños montículos de tierra con diferentes árboles.

Después de quedarse solos, el lobo blanco reconoció al que sostenía nuevamente la canasta, sus orejas abajo eran poco usuales en él,  entendio de inmediato que su pareja estaba en problemas, por lo que se forma lenta se acercó y comenzó a dar pequeños lenguetazos en su nariz tratando de animarlo; el lobo deprimido bajo la cabeza pidiendo disculpas por haber llegado tarde.

Cuando el lobo blanco por fin se fijo en la canasta la inspecciono con su nariz, encontrando el horrible olor de una nenita sucia, aunque de forma curiosa, se alegro, su cola se agito a los lados con velocidad, era normal que un lobo Omega sintiera mucho afecto por los niños, por lo que su reacción no sorpendido en nada a su pareja.

El lobo dio pequeños pasos entrando nuevamente al territorio de la manada.

Por suerte para él, la pareja del alfa estaba teniendo a su camada de cachorros en ese preciso momento, por lo que posiblemente olvidaría el asunto respecto a su irresponsabilidad al salir del territorio solo, pero no olvidaría el hecho de que, ahora, una bebé de extraña procedencia había vuelto con él y posiblemente la única solución que encontraría sería volver a abandonarla.

Cuando el lobo blanco le iba a pedir a su pareja que lo acompañará a la cabaña de sanación, un aullido estruendoso y mucho más fuerte resonó, era el alfa llamando al médico de la tribu, por lo que tuvo que acudir de inmediato, incitando a su pareja a qué lo acompañe para revisar a la bebé, como era de esperar en las parejas de lobos macho con macho o hembra con hembra, estos deseaban adoptar a la bebé para formar su propia familia, y el Omega estaba dispuesto a negociar la salud de su lideresa y la vida de los cachorros que estaba por traer al mundo.

....

Al llegar a la cabaña de sanación, el lobo empapado y con una bebé en la cesta, se encontró a la mujer con la que llegó al mundo, llorar e implorar ayuda, mientras que él médico, su esposo, trataba de ayudarla a traer a los cachorros al mundo.

— Aguanta mi amor, aguanta — suplicaba el líder arrodillado junto a la mujer, sosteniendo le la mano derecha.

Para ellos, ver el dolor de su pareja era una verdadera agonía, por lo que en estos momentos, el médico decidió hacer la pregunta, sabiendo que, los gritos de dolor y la desesperación, harían que el líder aceptará cualquier cosa que le dijeran.

— Alfa, solicito adoptar a la niña que mi esposo ha traído de afuera — hablo el médico mientras esté recibía al primer cachorro entre sus manos.

—¡Maldita sea, este no es momento para que hagas peticiones!  — gritó el alfa

— Pero la nena no sobreviviras sola — argumentó el médico.

— Que no es... — el reclamo del alfa se interrumpió por el grito de la mujer que estaba dando a luz — ¡está bien! ¡Solo ayuda a mi esposa!—

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