I: El Enigmático Yan Wushi

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En el corazón de la antigua China, donde los imperios surgían y caían como el flujo y reflujo de las mareas, existía un reino de belleza exquisita y atractivo enigmático. La dinastía era un tapiz de sueños tejido por los hilos de la historia, y en su centro se encontraba Yan Wushi, un hombre de encanto y carisma inigualables.

Los jardines del palacio, como una pintura olvidada de una era lejana, se extendían bajo los cielos. Los cerezos en flor, pálidos como el rubor de la mejilla de una doncella, se mecían con gracia en la suave caricia de la brisa. Cada pétalo susurraba secretos de mil primaveras pasadas, de amores encontrados y perdidos. Los caminos de adoquines, pulidos por siglos de pasos, contaban historias de emperadores y concubinas, de poder, dolor, muerte y anhelo.

Pero en medio de este telón de fondo atemporal, había uno que atraía miradas y corazones como una polilla a una llama: Yan Wushi. Su presencia, una tormenta tumultuosa en los tranquilos jardines, era un enigma sin resolver. Alto y estatuario, se movía con una gracia fluida que desafiaba a los simples mortales. Sus ojos de obsidiana contenían la sabiduría de las edades, reflejando las profundidades de un hombre que había visto el mundo a lo largo de incontables estaciones y había decido después de haber pasado años contemplando el mundo, asentar cabeza.

Shen Qiao, un joven privado de la vista pero no del sentimiento, se encontraba en la encrucijada del destino y el deseo. Conocía el atractivo de Yan Wushi, un magnetismo que podía atrapar almas y cautivar corazones. El mundo de Shen Qiao, envuelto en los velos de la oscuridad, se iluminaba únicamente con la presencia de Yan Wushi. No necesitaba la vista para saber que este enigmático hombre no se parecía a ningún otro. Cada vez que escuchaba su sonrisa entrar por un oído y salir por otro, lograba que su cuerpo se sintiera débil, a veces quería caer de rodillas al suelo, pero la ética de aquel hombre ciego y necio, era más contundente que un simple amorío.

Los sentidos de Shen Qiao, agudizados por su ceguera, lo sumergían en la sinfonía del mundo. Podía escuchar el delicado susurro de las flores de ciruelo mientras susurraban secretos en la brisa. Su fragancia, tan dulce como los deseos prohibidos, se acercaba a él, llevando la promesa del abrazo de la primavera y logrando que de su corazón, se escapara un latido. Haciéndole retener la respiración por segundos para luego darse cuenta que era como un libro abierto.

Pero, ¿si era como un libro abierto, porque Yan Wushi no podía darse cuenta de sus sentimientos?

Mientras Shen Qiao caminaba por los senderos de adoquines, sus dedos trazaban los intrincados patrones, sintiendo la historia grabada en cada piedra. Conocía el camino del mundo a través de sus yemas, trazando las complejidades del palacio, sus leyendas susurradas y los contornos de su propio corazón.

La risa de Yan Wushi, un cascada melódica de campanas de plata, resonaba en el jardín. Shen Qiao se quedó inmóvil, como atrapado en un hechizo. Cada nota de risa llevaba el peso de mil historias no dichas, como el ripple de una piedra arrojada en un estanque tranquilo, agitando emociones que Shen Qiao no se atrevía a nombrar, hasta el caminar se le iba de la mano.

El corazón del hombre ciego era un recipiente desbordante de anhelo, ansioso por expresar los sentimientos que mantenía encerrados. Su amor por Yan Wushi era una flor prohibida, floreciendo en las sombras del secreto. Shen Qiao ansiaba decírselo, desnudar su corazón, pero las palabras seguían atrapadas en él como pájaros enjaulados anhelando el cielo abierto.

La luna, testigo silencioso de innumerables historias de amor y desesperación, colgaba baja en el cielo, arrojando su resplandor plateado sobre el jardín. El mundo de Shen Qiao, pintado en tonos de oscuridad, se iluminaba con la luz etérea de la luna. Cerró los ojos, permitiendo que la luz de la luna acariciara su rostro, como buscando consuelo en su abrazo suave.

En medio de esta serenidad conmovedora, la presencia de Yan Wushi era una tormenta tempestuosa que agitaba las profundidades del corazón de Shen Qiao. El anhelo no expresado del hombre ciego, como una melodía tranquila que persiste en el alma, era un recordatorio conmovedor de las complejidades del amor. En el jardín del palacio, donde el tiempo se detenía, el enigmático Yan Wushi y la devoción silenciosa de Shen Qiao bailaban a la luz de la luna, sus destinos entrelazados en una historia esperando ser escrita.

Pero Shen Qiao no tenía la voluntad de cruzar caminos, mucho menos, de decirle al mayor lo que su corazón deseaba, porque aunque el amor estaba entrelazado, su cerebro seguía cuerdo, y es que, decirle a Yan Wushi que él le amaba, era como los creyentes arrodillados en una tabla de madera orando a un dios para ser salvados. Simplemente, suplicaban hasta morir a un dios de barro que no tenía sentidos.

Shen Qiao agachó la mirada, sintiendo un pequeño dolor en el pecho, levantó sus ojos y se encontró con los ojos de Yan Wushi. El menor tragó duro.

"Hola, Yan Wushi. Espero que tu día haya sido agradable". Comentó el menor con voz suave.

Yan Wushi le contesto sonriendo: "Ah, Shen Qiao, tu presencia siempre alegra mi día. ¿Confío en que estés bien?"

Shen Qiao cruzó sus dedos con nerviosismo: "Sí. Las flores de cerezo son particularmente hermosas hoy, ¿no crees?"

"Absolutamente, Shen Qiao. Pero no tan hermosas como tus palabras. Tienes el don de pintar el mundo con tus descripciones".

Shen Qiao rio fuerte, y es que el pequeño retoño de cerezo, no sabía lo obvio que era su sonrojo cuando el mayor comentaba sobre los aspectos que el decía no tener.

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Esperé, Mil Otoños. (Thousand Autumns fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora