PRÓLOGO

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Muchas historias se han contado sobre mi.

Lo que fui.

Lo que no fui.

Lo que pude haber sido.

Lo que soy.

Aquello que fui era como una rosa que crecía en invierno. Aquella rosa que nadie tocaba por miedo a sus espinas. Mis espinas eran dolorosas y desangraban a los incautos que pensaron arrancarme.

Aquello que fui...

Aquello que fui me marcó.

Aquella princesa encerrada en la mazmorra del castillo había muerto o... tal vez había resurgido. Me había elevado en el aire cual ave fénix que renace de las cenizas, cual volcán que erupciona luego de años en silencio.

Lo que fui era un espectro de grises e hielo. Todo sumergido bajo una máscara.
Usé máscaras durante años. Me convertí en ella. Las perfeccioné, las inmortalicé, las adoré. Porque pensé que la única forma de sobrevivir era a través de los ojos de alguien más.

La impostora.

La chica que se engañó a sí misma.

La reina de hielo.

Lo que fui nació en un castillo de piedra blanca, luz solar y jardines fragantes y coloridos. No había silencio, ni miedo, ni oscuridad o hielo. Todo era sensorial y real... vivo.

Había risas.

Había voces.

Había emoción.

Aquella niña que nació en ese castillo, descubrió desde muy pequeña que la máscara estaba esperándola, qué ella no se salvaría de usarla.

Aquella niña que fui descubrió que quien habita en su corazón, en su interior, no podría ver la luz... no siempre, al menos.

Lo que fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora