PRIMERA MÁSCARA

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Piedra.

Dura, irrompible, neutra, silenciosa.

Aquella que fui. Aquella muralla de piedra, ese primer circulo de protección bordeaba la primera capa de un reino profundo y desconocido.

Aquella chica que fui armó y se construyó a sí misma en granito, en piedra. Se puso un vestido grisáceo y se entumeció hasta convertirse en sus miedos, hasta que sus facciones parecían talladas por las manos de un escultor celestial.

Se silenció.

Una mirada distante, una sonrisa comedida, una columna recta. Inflexible, insatisfecha, inaccesible.

Muda.

¿Quién podría atreverse a escalar la pared?

¿Quién llegaría a lo alto de la pared para colarse dentro del reino?

Nadie. Nadie lo haría.

Encerrada dentro de mi misma.

Acallada. Inamovible. Implacable.

La persona que fui no conocía el perdón,  ni la flexibilidad,  ni su propia voz.  No conocía la satisfacción de hacerlo con miedo.  No sé conocía a sí misma.

Era cenizas. Polvo suelto en un desierto sin oasis. Un camino intransitable. Una dirección sin sentido.

Me hice de piedra para detener los latidos de mi corazón. Vacíe el fuego en un abismo y lo dejé secarse, convertirse en roca volcánica. Desactivé el torrente que me mantenía con vida.

Me convertí en un arma.

Una catapulta.

Una estatua.

Una máscara.

Me convertí en piedra.

El miedo se hizo parte de mi y lo controlé, lo tomé entre mis manos y lo dejé recorrer cada grieta, pero nunca lo dejé salir. Nunca pude escapar de mi misma.

De mi prisión.

Aquella niña que fui sentía miedo. Hoy siento miedo. Miedo a vivir, a reír, a sentir, a equivocarme, a acertar. Tengo miedo a descubrirme, pero también, a no descubrirme, a no encontrarme.

Tengo miedo a lo que soy, a quien soy.

Tengo miedo al silencio, al latido de mi corazón.

Temo.

Temo muchas cosas.

Aquella niña que fui no conocía el miedo pero vivía en pánico, escondiendo las lágrimas y soportando la inseguridad que le producía ser tan incorrecta, tan... ser tanto y al mismo tiempo, no ser, sentirse como nada.

Me perdí dentro de tanta dureza. Me perdí en el laberinto de mi cabeza, conociendo, sabiendo y nunca sintiendo porque no hay vida en una roca. No hay emoción en la piedra.

Me perdí entre mis propias manos. Me perdí tallando la máscara.  Haciendola perfecta. Haciéndola irrompible, construyendo el muro, la barrera.

El primer circulo de la muerte.

El primer circulo de evitación.

La piedra. Mi miedo.

Mi piedra. El miedo.

La niña que fui.

La mujer que soy.

El miedo entre mis manos.

El miedo a ser quien soy.

¿Podrá romperse? ¿Podrá desmoronarse?

Tal vez sí,  tal vez no.

La niña que fui se convirtió en el silencio de la roca. Me hice a mi misma en el silencio. En la agonía. En la penumbra. Estancada. Sin poder moverme en un vestido demasiado apretado.

La piedra era silencio. Mis oídos estaban tapados al ruido.  A la vida. Mis ojos estaban velados en negro infinito y desbordante. Ahuyentando el color.

Fui silencio en mi dolor. Fui silencio en la represión.  Fui silencio en mis vacíos.

Llana, plana. Sin contenido. Hueca.

Nada que decir, nada que sentir. En el silencio acallaba la llama, alimentaba los miedos. Desde el silencio y el miedo... gobernaba la impostora.

Lo que fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora