Capítulo 4 - Gestación

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Gestación

Viernes. La mayoría de los niños salen jubilosos de la escuela para disfrutar el fin de semana, pero los paqueteritos no se entusiasman tanto porque saben que trabajarán el viernes por la tarde, sábado y domingo. Aunque tendrán más tiempo para jugar y para dormir. Esa tarde, el ánimo de los paqueteritos esta decaído. Don Tomás se percata de eso cuando ve por la vitrina a Cesarín, Juan y Wicho, trasladar los carritos por el estacionamiento sin hablarse, algo raro, por lo regular se pelean por ver quién empuja y quien dirige, y mientras lo hacen, van pateando siempre una lata o un bote. Ángel regresa ese día a la secundaria y también a trabajar, aunque todavía se le dificulta el embolsado, incluso con analgésicos. Don Tomás ve que Ángel les habla a sus compañeros con hosquedad. Y hasta Víctor, que siempre está bromeando o molestando a los demás, está más callado que nunca. Juan se acerca y dice a sus compañeros:

—Se me olvidaba decirles, tenemos que comprar un balón.

Lo ignoran.

—A menos que vayamos a buscar el balón que se perdió —insiste Juan.

—No mames, pinche gordo, que hueva —protesta Víctor.

Don Tomás se acerca y le dice a Víctor en voz baja:

—Si el supervisor te escucha maldecir, te castigará.

—Sí, perdón, se me salió —se excusa Víctor.

Casi a la hora de la salida, llega Chuy acompañado de su madre. Todos se les quedan viendo y después se miran entre sí con algo de temor. La madre saluda a don Tomás y le pide de favor que llame a los cuatro paqueteritos víctimas del robo. Después de pedir permiso al supervisor para salir al estacionamiento un momento, la madre de Chuy invita a don Tomás a que esté presente, este acepta. Cuando se encuentran todos reunidos, nadie se saluda, entonces la madre de Chuy dice:

—Chuy tiene algo que decirles. —Le da una palmada en el hombro.

—Lo siento —dice Chuy apenas audible.

En eso, varios hombres que pasan por la calle en auto, le chiflan y lanzan piropos a la mamá de Chuy, que ahora sí viste como de costumbre, con ropa ajustada y tacones. Chuy les hace una señal obscena.

—¡Chuy! —lo regaña la mamá.

Chuy extiende la mano y regresa lo que se robaron, en billetes. Los paqueteritos se miran entre sí, pero nadie toma el dinero. Omar por fin se decide.

—Chuy no estaba de acuerdo en regresar todo el dinero —dice la mamá—, al final de cuentas, él no lo robo solo. Pero que aprenda la lección de no meterse en malos pasos, ni con malas personas. Quiero que le den otra oportunidad a mi hijo, él no es malo, y así como estuvieron hablando de que les robó, quiero que comenten esto también, de que les regresó todo el dinero, él solito.

Nadie dice nada.

—¿Entendido? —insiste la señora.

—Sí, señora —responden en coro.

Con ese dinero, los paqueteritos compran un nuevo balón y se lo dan a Juan. Don Tomás se acerca a Cesarín, que en ese momento empaca en la última caja. Sabe de la condición de su hermana, pero, en lugar de entristecerlo recordándoselo, decide animarlo un poco. Don Tomás tiene un plan.

—Oye, Cesarín. ¿Qué tan bueno eres para el fut? —le pregunta don Tomás sonriendo.

—Muy bueno —contesta a secas.

—¿Y tus compañeros? ¿Qué tal juegan?

—Más o menos. Pero yo soy el mejor, bueno, el más burlador, el desequilibrante; porque Ángel es el goleador.

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