Capítulo III

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Primero fue despacio, pero ella lo apremió, lo tomó de la cadera para que estuviera más cerca, como si quisiera que se fundieran en un solo. Entonces aceleró el ritmo y la fuerza contra sus labios. Ithil nunca había besado a un humano. Fue un beso brusco, intenso, y pese a la delicadeza de ella, era lo que esperaba, lo que quería más que nada en este mundo. ¿Cómo es que no lo sabía? Por eso cuando él la cogió de la mano para llevarla dentro de casa, se dejó llevar sin miramientos. No quería que sólo fuera un beso, quería sentirlo dentro de su cuerpo, como una imperiosa necesidad.

Cuando estuvieron dentro de la cabaña, Brutus se desprendió de la espada, el carcaj y su arco y los dejó caer en el suelo. Ella se colgó de él con sus caderas a sus caderas, notó su inmediata erección. Solo se escuchaban sus respiraciones entrecortadas por un beso que no parecía tener fin. Brutus pasó las manos por debajo de su túnica hasta que clavó sus dedos a sus muslos desnudos, Ithil le desató la cuerda que ataba sus pantalones y buscó su miembro viril para tocarlo y poder guiarle hasta dentro de ella. Cuando entró, Brutus se desplazó, con ella aun colgando de él, al lado de la chimenea y la embistió con brío contra la pared. Ithil gritó de placer, nadie podía escucharlos, y tras largas y duras embestidas, besos, arañazos y mordiscos, ambos llegaron al éxtasis.

Ithil no pensó, sólo se dejó llevar por la pasión, ella era más lógica que aquello. Y tumbados en una de las camas, Brutus quiso quitarle la capucha para ver mejor su rostro en la oscuridad pero ella no se lo permitió. Entonces él le preguntó:

—¿Quién eres y por qué no habías llegado antes a este bosque?

Tras quedarse muda unos segundos ella dijo:

—No era mi destino estar aquí, pero pasó algo que me hizo replantearme mi destino. ¿Vives aquí solo?

Preguntó aquello sabiendo la respuesta, ya que los objetos de esa casa tenían diferentes dueños.

—No, vivo con mi padre y hermano, pero están fuera, han ido a la ciudad.

—¿Por qué no has ido con ellos?

Brutus quiso sincerarse, decirle que para su familia, él no era suficiente hombre para acompañarlos. Claro, él se negaba a  emborracharse en la taberna ni ir a ningún prostíbulo.

—Alguien tiene que quedarse para vigilar esto. Y yo estoy mejor aquí, solo.

—Me alegra que no te fueras.

Brutus se incorporó y le ofreció agua. También sacó unas hogazas de pan y queso. Ithil se lo comió deprisa, hacía mucho que no se alimentaba como era debido.

—¿De verdad vas a irte sola? ¿A Lilihouse?

Ella asintió tras darle un largo trago al vaso de agua.

—En ese caso, puedo darte algunas provisiones para ti y Arhain. No es mucho pero… también darte algunas indicaciones de los sitios donde no pasar.

—Eso sería fantástico, gracias, eres muy amable. Lo que ha pasado… yo… no es algo que haga a menudo. Solo es que tú…

—Yo tampoco, pero no tienes que darme ninguna explicación, en serio.

Ithil sonrió por primera vez y Brutus no lo pudo evitar y dijo:

—Eres más hermosa aun cuando sonríes.

Un trueno retumbó a lo lejos. Ithil cerró los ojos para concentrarse y escuchar la tempestad. Se lamentó cuando supo que una pertinaz lluvia caería durante horas y horas. Brutus miró por la ventana y le propuso quedarse y salir temprano a primera hora.

—¿Y tu padre y hermano?

—No volverán hasta… No lo sé, pero suelen pasar tres días mínimo en la ciudad.

Se encogió de hombros.

—No quiero ser una molestia, Brutus.

—¿Bromeas? Poder pasar unas horas más contigo es más que un sueño. Seguramente no te vea nunca más cuando te marches.

Ithil inclinó la cabeza y volvió a sonreír, como si la tristeza que ocupaba todo su ser hubiera quedado en el olvido. Ese hombre no le parecía ser como le había dicho su padre. No vio ninguna ambición ni intención de traicionarla.

Brutus no quería que se marchara y dio gracias a los dioses de que le hubieran regalado una inesperada tormenta.

Mágica tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora