Me odio. Porque nada tiene valor como para ser amado, ni siquiera yo mismo. Sin duda alguna eso le hubiera dicho al psicólogo que está frente a mi sentado en un apestoso sillón, muy amoblado de color café y en contraste yo en una incómoda silla que rechina.
-¿Y Bien? Me preguntó el vejestorio del psicólogo que esta frente a mí.
-Nada, todo me da igual, le respondí de forma indiferente, aunque pienso distinto.
-Entonces volvamos al inicio de todo. Me dijo eso y empecé a recordar mi vida y relatarla.
Nací un 5 de abril, día en el que mi madre tuvo un parto difícil en un hospital deteriorado y mal oliente. Debido a la condición de madre y del hospital hizo que no tuviera el mejor nacimiento. Pero a su vez nací mejor que todos. Viví durante 8 años en un edificio muy alto. A la entrada estaba la recepción, un poco polvorienta, las paredes eran de ladrillo y el piso de un cemento deteriorado, era casa. Para entrar a casa había un sistema de imanes muy avanzado, se saludaba al portero o bien se debía saludar (cosa que como infante y menos de adulto nunca me agradaron). Después tocaba caminar hasta el fondo del pasillo donde te esperaba un elevador que nunca funcionaba y a su lado estaba la puerta que daba a casa. La puerta era metálica, color cobre por la oxidación y con algunos huecos que dejaban ver el interior de casa.
Por más extraño que sea, al abrir la puerta le seguía una reja, también metálica pero recién pintada por padre. El interior de casa era de paredes de concreto con bastante humedad, el techo muy desquebrajado. La sala/cocina era algo limpia al menos dejaba comer con libertad. Doblando a la izquierda estaba el único cuarto de casa el cual tenía una sábana de puerta y al centro del pasillo estaba el baño. También odiaba a casa.
Todos los días me tocaba ir a la escuela, no me resultaba difícil puesto que quedaba enfrente de mi edificio, pero, tenía que ponerme un caluroso y feo uniforme marrón. El inicio de las clases era a las 6 am y yo ya estaba despierto desde las 4 am simplemente para poder llenar de pensamientos mi cabeza, lo único que no le tengo tanto odio, aunque a veces si le tengo demasiado odio, porque ellos me atormentan de vez en cuando.
El inicio de clases no era nada especial. En la escuela nos daban una comida asquerosa dos veces al día, al inicio de la mañana y a la media mañana.
Siempre me encontraba con un compañero, Matías, el me saludaba con una sonrisa y siempre decía
-¡Hola, amigo, tanto tiempo sin verte! Aunque nos hubiéramos visto el día anterior siempre decía la misma estupidez, no me agradaba su exageración.
Como si fuese obligado y entre dientes solo se escuchaba un hola de mi boca y con una sonrisa fingida para saludarlo, aunque en parte odiaba a Matías era una persona cuya presencia no me repugnaba... Bueno no lo suficiente.
No importa, la escuela era grande y bien cuidada. Había salones desde kínder hasta el 5to grado, cada salón tenía una pizarra blanca, en una de las paredes una cartelera con el horario y creo que con las normas que nunca leí, en algunos salones en la misma pared tenían decoraciones. Siguiendo por el pasillo de salones estaban los baños a la izquierda y a la derecha el restaurante. Los días eran monótonos, no tenían nada en especial.
Todos los días se acercaba Matías, normalmente primero cortes y después de una broma tonta él decía:
-¿Me prestas ...? Y solo se continuaba hasta la tarea en la materia que estaba de turno.
Llegaba el final de clases e iba a de regreso a casa, ahí estaba padre leyendo el periódico, creo que buscaba empleo puesto que casi siempre llegaba con la noticia que lo habían corrido del trabajo, mas no le di mayor importancia y madre probablemente estaba dormida cuando llegaba, pues de ser ama de casa siempre mantenía con las plantas de los pies negros y las manos curtidas.
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Amando a mi mismo
Non-FictionEl odio al igual que el amor pueden explicarse, pero solo uno te despertará del sueño al que llamamos vida.