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Los cabellos dorados del joven se arremolinaban en torno a su rostro, húmedos a causa del agua que los bañaba.

No era la primera vez que aquel sueño le despertaba. Tampoco sería la última. Si tenía que hacer memoria, diría que era casi lo único con lo que soñaba; una escena ajena pero tan nítida, tan real, tan...específica. El muchacho podía oler la pólvora y la sangre mezclándose, la humedad del ambiente, el perfume de aquella joven que le acunaba.

Ella. Siempre ella.

Durante años, se preguntó qué podía ser aquello. Algunos le decían que igual tenía que ver con alguna escena de una de sus muchas novelas victorianas que tanto disfrutaba, una que se le habría grabado en el subconsciente, por cualquier motivo. Otros, que quizá fuese algún sueño premonitorio. Algunos, pocos, que, quizá, fuese algo relacionado con el fin de su vida anterior.

Él, que creía que todas esas opciones eran demasiado simples unas, demasiado rebuscadas otras, llegó al punto de decidir no pensar en ello.

Pero el sueño seguía viniendo a él, como cada noche desde que tenía memoria. Llevaba tantos años sintiendo el dolor lacerante de aquel proyectil atravesando su pecho, que ya lo sobrellevaba y era capaz de levantarse sin gritar de dolor. Llevaba tanto tiempo sintiendo cómo se le rompía el corazón, que ya se había acostumbrado a la sensación.

Llevaba tanto tiempo haciéndose preguntas sin respuesta, que se había cansado de hacerlas. Más aún tratándose de un simple sueño, por más que se repitiese.

-¿Eric...?

El joven abrió un poco la mampara, asomando su húmeda cabeza por ella. Asomando por la puerta, y buscando su mirada a través del espejo, una muchachita de cabellos dorados y enormes y expresivos ojos castaños le observaba, preocupada.

-¿Te he despertado, renacuaja?

La muchachita hizo una mueca de disgusto ante el apelativo que el joven usó con ella, inflando los mofletes y girando el rostro en dirección diametralmente opuesta a él. Eric aprovechó para cubrirse con la toalla y salir a revolverle el pelo.

-Oh, se me olvidaba que mi hermanita no es una renacuaja, es ya toda una señorita.

-Menos lobos, Caperucita. -dijo la chica, antes de volver a mirarlo. -¿Todo bien?

-Todo bien. -constató él. - Lo de siempre.

La expresión de la jovencita pareció relajarse un tanto. Lo justo, en realidad. Ella sabía del sueño recurrente de Eric desde casi el primer momento en que tuvo uso de razón. Como compartían habitación de pequeños, había vivido de primera mano sus gritos, sus sustos, sus llantos. Y, aunque era una chica racional, más de una vez había llegado a pensar que lo de su hermano era algo sobrenatural.

-Deberías hacértelo ver, Eric. -le aconsejó, por enésima vez en la vida. Él nego.

-Todo está bien, Sophie, de verdad. -se acercó a ella, y besó su cabello dorado.- Es sólo un sueño, no va a pasar nada por seguir teniéndolo.

El bonito rostro de Sophie se contrajo en una suave mueca de preocupación, pero acabó asintiendo. Conocía a su hermano mejor que nadie. Insistir no tenía sentido. Siempre haría las cosas a su manera. Se limitó a besar su mejilla, antes de suspirar.

-De acuerdo. Pues me vuelvo a la cama. -dijo ella, con una leve sonrisa. -Descansa. -añadió, con un tono de advertencia en su tierna voz.

Eric se lo tomó parcialmente en serio. Volvió a su habitación, y se metió en la cama, pero era incapaz de volver a conciliar el sueño. En su lugar, alcanzó su cuaderno de bocetos, agarró uno de sus cientos de lápices, y comenzó a garabatear en una de las páginas de aquel diario en imágenes.

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