𝟦. 𝐓𝐡𝐞 𝐟𝐢𝐚𝐧𝐜𝐞𝐞

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𝐀𝐋𝐈𝐂𝐄𝐍𝐓

Alicent Hightower se encontraba sentada en el césped de un rincón del jardín, rodeada por la belleza de la naturaleza que la acogía. El paisaje era un remanso de serenidad y color, donde las flores tejían un manto de colores vivos y el verdor de los árboles parecía abrazarla con su frescura. Los rayos dorados del sol acariciaban su piel, dándole un tono de bronce a su tez pálida.

Los signos de nerviosismo se manifestaban en el lenguaje corporal de Alicent. Sus manos jugueteaban con un pequeño ramo de flores que había recogido, sus dedos se movían con una inquietud apenas perceptible. Su mirada, a pesar de la alegría que la embargaba, reflejaba una chispa de ansiedad, como si estuviera esperando algo importante.

El jardín, como un oasis de tranquilidad en medio del bullicio de la fortaleza, era un escenario perfecto para esta escena. Los arbustos se alzaban con elegancia, y los caminos empedrados invitaban a explorar cada rincón. Las aves cantaban en las copas de los árboles, llenando el aire con su melodía. El suave murmullo de una fuente cercana añadía un toque de frescura y serenidad al entorno.

De repente, en medio de la serenidad del jardín, la cabeza de Alicent se paralizó como si una brisa fría hubiera recorrido su espina dorsal. En su mente resonaba la voz de su padre, una voz que llevaba consigo la autoridad y el consejo. Aquella voz le recordaba las responsabilidades que conllevaba su posición, las expectativas que se alzaban como una sombra sobre sus hombros. La voz le indicaba que debía comportarse con la dignidad y la gracia propias de su estirpe, especialmente frente al príncipe.

De un salto, la muchacha se levantó del verde césped, con una determinación que brillaba en sus ojos. En un gesto de respeto y obediencia, ajustó el vestido que había pertenecido a su madre, alisando los pliegues con delicadeza. El vestido era una reliquia de elegancia y nobleza, y ahora se convertía en una especie de armadura que la preparaba para el encuentro que se avecinaba.

Alicent, con una mezcla de nerviosismo y emoción, se posicionó con elegancia a una distancia adecuada del lugar donde esperaba que Rhaegar hiciera su aparición. Su postura reflejaba la gracia y la confianza que había sido instilada en ella desde una edad temprana. El jardín, con su belleza natural, ofrecía el escenario perfecto para este encuentro, como si la misma naturaleza estuviera observando con atención el desenlace de esta reunión.

El viento suave movía suavemente las hojas de los árboles, como un susurro de ángeles que acompañaba la escena. El corazón de Alicent latía con fuerza, pero su mente estaba decidida a seguir las palabras de su padre y comportarse con la dignidad y el honor que su linaje demandaba. A medida que el tiempo transcurría, su espera se llenaba de la tensión de lo desconocido, y la anticipación de lo que estaba por venir.

El jardín pareció cobrar vida cuando Rhaegar Targaryen hizo su entrada. Sus cabellos platinados ondeaban como una bandera al viento, y sus ojos violetas irradiaban una luz única, como gemas preciosas en un mundo de verdor y color. En el momento en que sus miradas se cruzaron, el tiempo pareció detenerse por un instante.

Alicent, con una sonrisa que iluminó su rostro, no pudo contener su emoción al ver al príncipe heredero acercarse. Sus ojos se encontraron con los de él, y en ese instante, todo lo demás desapareció. Con una suavidad que solo una dama de alta alcurnia podría exhibir, hizo una reverencia en señal de respeto y saludo.

—Buenas tardes, príncipe —pronunció Alicent con una voz que era como una melodía delicada y armoniosa.

Rhaegar, con su característica elegancia y galantería, respondió con una sonrisa que parecía iluminar el jardín.

—Lady Alicent, mis ojos son bendecidos al verla hoy. Déjeme decirle que mi prometida luce increíblemente bella —sus palabras eran como halagos tejidos con la más fina seda, y provocaron que un rubor se extendiera por las mejillas de Alicent.

—Gracias, mi príncipe. Hoy le he traído el libro que le he prometido. Cuando desee, puedo comenzar a leerle —dijo con humildad, extendiendo un libro cuidadosamente seleccionado hacia él.

—Que tal si comienzas ahora, no puedo esperar para escucharla. 

Alicent pasó una hora que pareció un suspiro leyendo con dulzura al príncipe, ambos sentados en el fresco césped del jardín. Cada palabra que pronunciaba resonaba en el aire como una melodía, y sus ojos, aunque reflejaban nerviosismo cada vez que se cruzaban con los del príncipe, también brillaban con una intensa devoción.

Habían pasado ya dos años desde que sus destinos se habían unido por compromiso real, y en ese tiempo, Alicent había descubierto que su corazón se inclinaba cada vez más hacia el príncipe. La anticipación de convertirse en su esposa la llenaba de alegría y ansias, como un capullo a punto de florecer en su plenitud.

Alicent y Rhaegar eran jóvenes, y aunque la boda se había postergado por cuestiones de estado, ella no lo lamentaba en absoluto. Gracias a la generosidad de su padre, tenía el privilegio de ver al príncipe dos veces por semana. En esos encuentros, compartían lecturas, paseos por los jardines y conversaciones que abrían ventanas a sus almas.

La corte observaba con curiosidad y respeto a la joven pareja, y aunque los ojos de la nobleza estaban sobre ellos, a Alicent no le importaba. Para ella, solo importaban los ojos de Rhaegar, que la miraban con cariño y atención. Él la llamaba "prometida" con ternura, y su delicadeza no conocía límites, como cuando curaba los pequeños pellejos enrojecidos de sus dedos, como si fuera su deber y su deseo protegerla de cualquier malestar.

El momento en el jardín llegaba a su fin, y Rhaegar, con una gracia inherente, se puso de pie, como un príncipe que se despedía de un reino de ensueño. Alicent, apresurada, se levantó de inmediato, preparada para acompañar al príncipe a su partida después de realizar una reverencia que mostraba su respeto y sumisión.

Pero antes de que Rhaegar pudiera alejarse, Alicent tomó una respiración profunda y reunió el valor necesario para hablar.

—¿Príncipe? —pronunció la muchacha con una voz que temblaba ligeramente, haciendo que el príncipe se detuviera justo frente a sus ojos.

—¿Qué sucede? —respondió Rhaegar con una curiosidad amable en sus ojos violetas, mientras la miraba con atención.

—Sé que quizás sea un atrevimiento, pero quería saber si podemos ver las estrellas esta noche. Dicen que la noche estará hermosa y despejada —expresó Alicent con un anhelo evidente en su mirada, sus ojos brillando con la esperanza de compartir ese momento especial.

La sonrisa de Rhaegar se ensanchó, y su rostro se acercó al de Alicent, acariciando sorpresivamente su mejilla con ternura.

—Esta noche no puedo, tengo unos asuntos que atender con mi tío Daemon. Pero no te desanimes, después de casados tendremos todas las noches para ver el cielo nocturno —susurró Rhaegar con voz suave y reconfortante antes de sellar sus palabras con un dulce y suave beso en la frente de Alicent.

Alicent sintió una mezcla de emociones que inundaron su corazón cuando Rhaegar depositó aquel dulce beso en su frente. Sus labios suaves y cálidos se posaron con ternura en su piel, dejando una marca efímera pero profunda en su alma.

Sus ojos seguían fijos en el príncipe mientras este se alejaba. La delicadeza de ese gesto la hizo sentirse especial y amada. En ese breve contacto, sintió una promesa en el aire, una promesa de amor y un futuro juntos que esperaba con ansias.

A medida que Rhaegar se alejaba, Alicent pudo sentir una mezcla de alegría y anhelo. Anhelaba las noches estrelladas que aún no habían compartido y las promesas de un amor que crecía cada día. Pero también se sentía alegre, porque en ese momento, su corazón latía al ritmo de un amor que estaba segura que perduraría a través del tiempo.

***

Holi, ¡Capítulo nuevo! 

¿A Dónde irá Rhaegar con Daemon? 

Denle amor al cap <3 Dejenme un comentario, eso me anima a seguir escribiendo:) 

The other woman | 𝐇𝐨𝐮𝐬𝐞 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐝𝐫𝐚𝐠𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora