𝟔. 𝐓𝐡𝐞 𝐫𝐮𝐦𝐨𝐫 𝐨𝐟 𝐬𝐭𝐫𝐞𝐞𝐭 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐬𝐢𝐥𝐤

650 95 9
                                    


𝐋𝐘𝐀𝐍𝐍𝐀

Lyanna miraba por la ventanilla de su carruaje, con ojos melancólicos que escudriñaban cada detalle del lugar. Había sido un regreso inesperado a la calle de la Seda, un lugar al que nunca imaginó volver después de que el príncipe Rhaegar la hubiera alejado de allí.

Las calles, una vez familiares, se veían distintas. El bullicio y el ajetreo que solían llenar el aire se habían disipado, reemplazados por un silencio incómodo que pesaba en el corazón de Lyanna. Una que otra alma deambulaba por los rincones, hombres y mujeres con miradas cansadas y rostros marcados por la vida en la sombra. La luz de las lámparas de aceite iluminaba débilmente los rostros ladinos de las mujeres que se paraban afuera de los establecimientos, ofreciendo sus cuerpos como mercancía. Lyanna sintió que su cuerpo se tensaba al ver aquella escena, como si el tiempo se hubiera detenido en su ausencia.

El carruaje se detuvo con un chirrido de ruedas justo en la puerta de su antiguo hogar, el burdel en el que había pasado tantos años de su vida. La fachada, antes coqueta y provocativa, parecía ahora envejecida y desgastada. Lyanna respiró profundamente antes de salir del carruaje, rodeada de un aire denso que le recordaba sus días como esclava. No sabía por qué el príncipe Rhaegar la había traído de vuelta a este lugar, pero una sensación de inquietud se apoderó de ella mientras cruzaba el umbral de la puerta.

Lyanna avanzó con determinación, la capa azabache ondeando tras ella mientras cruzaba la puerta de entrada al burdel que una vez había sido su hogar. Sus ojos escudriñaban cada rincón del lugar, y a medida que avanzaba, notaba las miradas furtivas y los susurros de las mujeres que la observaban. Muchos de esos rostros le resultaban conocidos, pero ahora parecían distantes, como si pertenecieran a una vida pasada.

En ese mundo de luces tenues y susurros apagados, Lyanna se sintió como una extraña. Las jóvenes que trabajaban allí parecían desconocidas, con miradas ansiosas y rostros inmaculados que contrastaban con su experiencia y la dureza que había conocido en ese lugar.

En un rincón, como una sombra elegante, apareció Mysaria. Vestida con delicadeza, se aproximó a Lyanna con el rostro serio.

—El príncipe te espera en la habitación —pronunció con una voz que insinuaba un profundo conocimiento de la situación que estaba por enfrentar.

Lyanna, con sus cabellos castaños cayendo delicadamente sobre sus hombros, siguió las indicaciones de la enigmática mujer. La habitación a la que ingresó la recibió con una iluminación suave, proveniente de cientos de candelabros que arrojaban destellos dorados por las paredes y los objetos.

Sin embargo, su atención no se centró en la opulencia del lugar, sino en el hombre de pie frente a ella. Era el Príncipe Daemon, quien ocupaba la habitación con una presencia majestuosa.

—Príncipe Daemon —pronunció Lyanna con un tono de respeto, inclinando su cabeza en una pequeña reverencia.
Daemon, con su característica sonrisa en los labios, evaluó a Lyanna de pies a cabeza con ojos penetrantes y cabellos plateados cayendo grácilmente sobre su frente. Cada paso que dio acortó la distancia entre ambos, y Lyanna sintió cómo su cuerpo se tensaba ante la presencia del príncipe.

Lyanna estaba parada frente a un hombre de gran atractivo, un príncipe en todos los sentidos de la palabra. La luz de los candelabros iluminaba su figura de una manera que destacaba su porte real y sus rasgos imponentes. Sus ojos violetas parecían contener un enigma profundo, como si escondieran secretos antiguos en su interior. El cabello plateado de Daemon caía en cascadas perfectamente cuidadas, y su vestimenta era elegante y lujosa.

Lyanna se sentía diminuta y vulnerable ante la presencia de Daemon, quien exudaba un magnetismo que no podía ignorar. Cada gesto, cada mirada, lo hacía parecer un hombre que conocía el arte de la seducción y la persuasión a la perfección. Aunque Lyanna había visto a Daemon en varias ocasiones, estar tan cerca de él la hacía sentir un nerviosismo que no podía evitar.
Sintió la intensa mirada de Daemon Targaryen recorriéndola de pies a cabeza, como un cálido aliento que envolvía su figura. Estaba paralizada, su cuerpo parecía pequeño y vulnerable al lado del príncipe de cabellos plateados.

La habitación estaba impregnada de una tensión palpable, iluminada por candelabros que proyectaban sombras danzantes en las paredes. El brillo dorado de la decoración resaltaba la figura imponente de Daemon.

—¿Sabes por qué te he mandado a llamar?—Preguntó el príncipe, y sus palabras resonaron en el silencio, acercando a Lyanna al abismo de lo desconocido.

Lyanna negó con un ademán, su garganta seca apenas le permitía articular palabras.

—¿Segura? Creí que eras una muchacha más despierta—Soltó Daemon mientras su mano rozaba su hombro, y Lyanna sintió un escalofrío recorrer su espalda.— Bueno, yo creo que sí entiendes por qué te encuentras aquí. El príncipe no te ha visitado hace meses. Desconozco las razones pero sé que hay un rumor en el aire y querida Lyanna sabes muy bien que debo corroborarlo.

Las lágrimas, fieles compañeras de su angustia, comenzaron a rodar por las mejillas de Lyanna, su vista nublada por el temor y la vergüenza. La presencia del príncipe, la proximidad de su figura imponente, eran abrumadoras. Su capa cayó al suelo con un susurro sutil, y Lyanna se sentía atrapada en un torbellino de emociones y decisiones que podrían cambiar su destino.

Lyanna cerró sus ojos, su corazón latía con ansiedad mientras sus manos se posaban con suavidad sobre su abdomen abultado. Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras su voz temblorosa buscaba la piedad de Daemon.

—Por favor, no quiero morir. Prometo que mi boca permanecerá cerrada. ¡Lo puedo jurar, por los Dioses!

Daemon, con una sonrisa que mezclaba astucia y malicia, acercó su mano con delicadeza hasta el rostro de Lyanna y, con sus dedos, limpió las lágrimas de sus mejillas. El roce de sus dedos, aunque tierno, era un recordatorio constante de su poder y control.

—No debes preocuparte, después de todo dicen que un hijo es una bendición y créeme que la que llevas es un gran regalo de los Dioses—Pronunció Daemon mientras depositaba un suave beso en la mejilla de la joven, sellando así su destino con un gesto que mezclaba ternura y oscuras intenciones.

***

¿Corto? Sí. ¿Revelador? También.
Denle amor a este capítulo, últimamente ando un poco desanimada al momento de escribir:(
Déjenme un comentario <3

También quiero aprovechar de invitarlos a leer mis otras historias

- Loyalty (Nettles y Aemond Targaryen)
- Duty (Aemma Targaryen y Daemon Targaryen)

No olviden también pasar por mi tiktok dónde subo edits de mis historias (Maj0_fic)

The other woman | 𝐇𝐨𝐮𝐬𝐞 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐝𝐫𝐚𝐠𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora