Me sangran las heridas que no tengo,
y extraño los besos que nunca nos dimos
y los abrazos en los que nunca nos tocamos.
Me pesa la culpa de haberte perdido
aun sin haberte tenido,
porque la vida, tan injusta,
te convirtió en ese “casi algo”
que fue casi todo.
En ese casi beso.
En ese casi abrazo.
En ese casi amor en el que me doliste,
nos dolimos.
Y como olvidar esa casi despedida,
que ni siquiera lo fue,
porque solo bastó darnos las espaldas
y tomar distintos rumbos.
Era una ley que no era necesario escribir,
pero que conocíamos muy bien,
y aun así jugamos a rompernos
en algo que casi fue real.