Primera persona.
Estaba sentado en la mesa de un bar mientras tomaba un ligero ron, sentía mi cabeza pesada y en lo único que pensaba era en dormir, ya había olvidado cuando había descansado correctamente. Mis ojos se cerraban con pesadez pero volvía a abrirlos al instante, no me podía dar el lujo de descansar, mucho menos con un cartel de se busca por mi linda cabeza aunque nadie sabía quién era yo ahora, pues, llevaba puesto una especie de capa que tapaba mi cara, ya que esta tenía un especie de barbijo involucrado, solo dejando ver mis ojos.
– Tiraste mi comida –. Escuché una fuerte voz aún con todo el murmullo del bar, aunque este bajo rápidamente. Levanté la cabeza curioso, viendo a Roronoa Zoro peleando con un marino. Interesante.
Después de una leve disputa entre ambos, pude ver como ese marino se iba junto con el peli-verde, yo solo me quedé curioso en la mesa. Para levantarme de esta dejando el dinero de lo que consumí junto con una propina.
Salí del bar notando que ya oscurecía, sin importarme realmente eso, empecé a caminar al cuartel de la marina con sigilo, cuando llegué empecé a trepar por el gran muro que este tenía, pudiendo ver al gran Zoro Roronoa atado a un palo en pleno patio. A este punto ya era de noche, por lo que seguí escalando hasta que llegue hasta arriba, una vez hecho esto mire que no hayan marinos a la vista, como no vi ninguno me tiré al patio.
Zoro al escuchar ruidos levantó la cabeza mirándome con confusión.
– ¿Quién eres? –. Preguntó este viéndome fijamente.
– ¿Qué tal, Zoro? Tanto tiempo, eh –. Hablé divertido mientras me sacaba la capucha y el barbijo.
– Thomas... –. Dijo este mientras daba una sonrisa de lado. – ¿Qué haces aquí, eh?
– Oh... Ya sabes... Vi el espectáculo que formaste en el bar y decidí venir a visitarte –. Hablé como si nada mientras me sentaba en forma de indio frente a él.
Zoro y yo nos conocíamos de hace un tiempo, el al principio intentaba capturarme para entregarme a la marina, nunca lo logró ya que yo siempre podía escabullirme, un día... Le hice un favor, y eso logró que nos lleváramos bien, entonces el dejó de perseguirme y cuando nos encontrábamos hablábamos como conocidos.
Memoria.
Estaba caminando por un desolado bosque cuando empecé a escuchar quejidos y suspiros entrecortados. Con curiosidad me acerqué logrando ver a Zoro tirado y apoyado contra un árbol mientras jadeaba, podía ver una gran herida en su pecho.
La instante yo me acerqué a ayudarlo.
– ¿Qué... Qué haces? –. Jadeó este intentado alejarme y atacarme con sus espadas.
– Ni lo intentes –. Dije mientras alejaba sus espadas sin esfuerzo. – Déjame ayudarte, Zoro, confía en mí.
Nos miramos fijamente por unos segundos, yo buscaba que confíe en mí, y el buscaba confianza. Lentamente acepto quedándose indefenso ante mí.
Estuve unos dos meses cuidando de él, cuando se sanó me agradeció y quedamos como conocidos amistosos.
Fin de memoria.
Sin darme cuenta estuvimos toda la noche charlando en ese patio, cuando el sol salió escuché unos pasos, por lo que rápidamente me escondí atrás de unas cajas, notando a ese chico rubio marino y a otros dos mas acercarse. Estos discutieron con Zoro y el chico parecía aterrado, hasta que finalmente se fueron. Una vez sentí todo seguro me acerqué a Zoro nuevamente.
– Vaya que es insoportable ese chico –. Dije hastiado notando como Zoro parecía molesto. – Oye... ¿De verdad no quieres que te suelte?
– Te dije que no –. Habló molesto, sea lo que sea que le haya dicho ese rubiecito de verdad lo irritó.
Estaba por volver a hablar cuando una rejilla que estaba en el suelo se abrió, y de esta salio un chico moreno, de cabello ondulado y negro, una cicatriz abajo de uno de sus ojos, una camiseta roja sin mangas y unos pantalones cortos azules, junto unas sandalias... Ah, y un muy llamativo sombrero de paja.
– Ah... ¡Hola! Tu eres el tipo del bar... –. Dijo mirando a Zoro para después verme a mi, aun sonriendo como un bobo. – Y a ti ni te conozco.
No sé porqué sentía que este chico se iba a volver importante en mi vida.