• Capítulo 11 •

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Hay algo placentero y adictivo en romper aquellas cosas moralmente impuestas, en salirse de los parámetros de lo políticamente correcto y no cumplir con absurdos estándares impuestos por alguien más

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Hay algo placentero y adictivo en romper aquellas cosas moralmente impuestas, en salirse de los parámetros de lo políticamente correcto y no cumplir con absurdos estándares impuestos por alguien más. Muchos tienen la falsa creencia de que ir en contra de las reglas es un llamado de atención o la búsqueda romper el sistema, ignorando que la verdadera naturaleza de la acción en muchos casos fácilmente podría ser conseguir algo sin remordimientos o preocupaciones sobre lo que opine el resto. La línea del bien y el mal se desdibuja bajo el estímulo adecuado, por ejemplo matar a alguien es considerado un acto atroz y desalmado, pero ¿Qué tal si te encuentras en una situación dónde estás siendo atacado y debes elegir entre salvar tu vida o terminar con la de alguien más? A partir de ese momento el uso de la violencia e incluso eliminar a otra persona se vuelve algo lógico y un motivo digno de empatizar.

No tengo ningún interés particular en cambiar la manera de proceder de las personas o sus arcaicos pensamientos, dónde la capacidad de ver qué existen otros tonos aparte del blanco y negro está más allá de su limitada existencia.

¿Entonces en qué me convierte esta absurda necesidad de vivir la vida bajo mis propias condiciones? Todo depende de la persona que se le pregunte, muchos ni siquiera son capaces de notar mis desviaciones incluso aunque sean más que evidentes, puedo ser un ciudadano modelo y al mismo tiempo el responsable de su tormento. Todo está vinculado a la imagen que se decida proyectar. Para la mayoría solo soy el chico perfecto, un excelente jugador de fútbol, un grandioso estudiante y un hijo encantador. Otros bien podrían opinar totalmente lo contrario, aquellos desafortunados que de una manera u otra se han topado con la realidad de quién soy y mi escasez de escrúpulos. Para mí no existe tal cosa como bien o mal, solo sé que hay límites que no debo cruzar si no quiero tener que responder ante la moralidad de la sociedad, aunque seamos sinceros, no existe tal cosa como límites para mí, es más bien una señal de «hazlo sin que se enteren».

Desde pequeño comprendí que todos esperan algo de ti y aunque personalmente me importe una mierda cumplir sus expectativas necesitaba fingir que encajaba y destacaba para tener el control sobre todos. Proyectar al chico perfecto los volvía fáciles de manipular, fingir estar pendiente a ellos, recordar pequeños detalles que los hicieran sentir apreciados y ya estaban dispuestos a entregar su lealtad por sentirse valorados e importantes.

Pero con ella no necesito tales fachadas, no está interesada en el chico de oro, ella está tan jodida como yo porque su oscuridad es el patio de juego de mis demonios. Entonces no estamos tan lejos del infierno, pero ella elige simplemente meter su cabeza en la arena y fingir que no tiene demonios pidiendo a gritos ser liberados.

Para Calypso soy todo eso que debe odiar, no solamente por mi naturaleza, también porque si yo no tengo una máscara con ella, ella tampoco es capaz de tenerla conmigo. Mi princesa, mi bestia y mi feo monstruo, el ángel puro que pide a gritos ser corrompida.

Creo que desde pequeña el propósito de su existencia fue molestarme e ir en contra de todo lo que se suponía que debía hacer. Cuánto más la alejaba, más duro golpeaba por entrar, nuestra infancia nunca fue normal y ciertamente nunca volvió a serlo después de esa noche dónde decidió joderlo todo con aquel tonto beso.

Prohibida Atracción [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora