Circe: La Bendición de la Madre Naturaleza

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Durante la primavera previa a la muerte de Jack...

Los habitantes del reino de Burgess empezaban a mostrar sus preocupaciones con el futuro, ahora que su príncipe estaba entrando en la adultez, cuestionando si sería lo suficientemente capaz como para gobernar luego de que su madre se retirara. Aunado a que los concejales veían una amenaza en el creciente reino vecino de Arendelle, puesto que la reina Anna había fortalecido su ejército y expandido sus territorios durante los pocos años que llevaba al frente de la corona.

Arendelle era una nación al norte del continente, protegida no solo por la sabiduría de la reina, sino por la magia ancestral de los trolls de las montañas. El Consejo empezó a meditar si el que su príncipe fuera el amante del Señor del Otoño traería la protección y fortaleza suficiente para su reino; no lo era. Necesitaban demostrar al mundo que su futuro gobernante poseía valentía y audacia, la suficiente como para enfrentarse tanto a humanos como espíritus.

La reina estaba presente en cada una de las reuniones, con un gran pesar en su corazón ante la sola idea de poner a su hijo en riesgo, pero antes de ser madre de Jack, era la madre y protectora del reino, y tenía que buscar primero su beneficio.

—Esta primavera no parece sonreírnos con fortuna —expresó un noble de alto rango— las cosechas están en peligro de perecer.

—Antes de que la época de cosecha inicie, deberíamos acudir a un espíritu que fortalezca nuestra tierra y reviva lo que hemos perdido tras el prolongado otoño y el violento invierno —agregó el Sumo Sacerdote— La Dama de la Primavera podría darnos una bendición.

—Quizá la intervención de la Dama de la Primavera no sea suficiente, y que los espíritus perdonen mi insolencia —interrumpió una marquesa— Su magia se mantendría solo lo que dure la estación, y la Señora del Verano se ha vuelto muy inaccesible a los mortales, así que quizá debamos acudir a fuerzas más grandes.

La sala completa se quedó en silencio ante aquella propuesta, era demasiado arriesgado para cualquiera acercarse a las deidades mayores.

—Ir con la Madre Naturaleza —expresó por fin la reina, meditando internamente todo lo que requeriría adentrarse en su reino— Es la opción más favorable, una bendición suya volvería todas nuestras tierras fértiles, salvaría lo que se ha perdido. A pesar de lo escabroso que pueda ser la misión vale la pena ponerla en marcha.

El Sumo Sacerdote pidió la palabra —Espero sea consciente de que sería el príncipe quien debería emprender tal misión.

—Lo sé, será su prueba final para demostrar que es digno de asumir el trono. Confió en mi hijo, no es un muchacho que le tema a los riesgos —se levantó de la mesa dando fin a la discusión— Necesitaremos un escuadrón para el viaje, preparen los víveres y nuestro mejor barco. Yo le informaré al príncipe de la decisión tomada aquí.

El resto del consejo dio una reverencia y se marchó de la sala de juntas. La Madre Naturaleza vivía en una isla apartada del continente, no era necesariamente un espíritu amigable con los visitantes a su recinto, pero si alguien muy generosa con aquellos preocupados por la vida, además de que si consideraba a un oponente digno sería capaz de ofrecer un trato.

La reina fue al campo de entrenamiento donde sus hijos practicaban con la espada. Su hijo mayor había pasado el invierno intentando contactarse con su amante, pero no recibía respuestas constantes. El amor era problemático para aquellos en el poder.

—Jackson —expresó severamente para llamar su atención —Hay algo que debemos discutir, así que acompáñenme los dos a tomar un refrigerio.

—Sí, madre —respondieron ambos príncipes, caminando detrás de la reina hasta su terraza favorita. Los sirvientes les sirvieron té y un almuerzo hecho con los primeros cultivos de la temporada.

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