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Al caer aquella tarde, las hermanas estaban en el lugar donde todo el enredo comenzó. En el antiquísimo monasterio fueron recibidas por aquel monje cuyo nombre seguía siendo un misterio, en su despacho que parecía más bien un laboratorio de alquimia antigua, se dispuso a escuchar aquella queja que las hermanas venían a presentar.

—Tenemos la "muy leve" sospecha de que nos dio una pócima equivocada —expuso la hermana Debra.

—Explíquenme mejor.

—Verá, la intención era clara, utilizar su pócima para controlar la voluntad de Valak —explicó —pero resulta que en vez de someterse, la demonio esa término enamorada de la hermana Irene.

—¡Oh! Nada puede ser peor que eso —Exclamó el monje.

—Si, si hay algo peor, que la pócima salpicó también a la hermana Irene, y ambas están enamoradas, he pasado los últimos dos días al lado de ellas, no hacen más que cruzar miraditas, derramar miel, susurrase palabritas de amor ¡Estoy empalagada! Por favor, haga algo.

—En dónde está esa demonio —preguntó el monje regordete.

—Justo aquí —afirmó la hermana Debra.

—¡Ay! ¿Qué? ¿Dónde? —Exclamó el monje encogiéndose y mordiendo su cíngulo con miedo.

Valak entró, y el monje no podía creer que tuviera en frente a semejante demonio; peor aún viendo como le tomaba la mano a la hermana Irene y la sujetaba cariñosamente, le pareció aberrante.

—Hermana Irene ¿Cómo es posible? ¿Cómo pudo cambiar las promesas de Cristo por el peor mal del universo?

—Hermano, basta —pidió Irene.

—Valak es un demonio, nunca dejará de serlo, es el mal en persona. La blasfema y profanadora está engañándola para arrastrarla al pecado ¡Reaccione hermana! —Dijo casi a gritos el monje a Irene.

Irene escuchó el regaño, pero ni de cerca estaba arrepentida o apenada por su decisión de amar a Valak. Pero fue esta última quien no se tomó las cosas de la mejor manera, las emociones humanas eran algo nuevo para ella, la culpa, el miedo y la incertidumbre le estaban carcomiendo y no sabía como lidiar con eso.

—Tal vez tenga razón —afirmó Valak cayendo en la ira.

Ante los ojos incrédulos del monje, Valak retomó su forma diabólica y sin necesidad de tocarlo lo hizo elevarse.

Irene no quería creerlo, pero por lo que veía, Valak seguía siendo aquel ser malvando con el que se había enfrentado antes, una demonio tramposa, iracunda y cruel.

—Por favor, para —Imploró Irene.

Valak no entendía razones, salió de ahí haciendo temblar de miedo hasta a los lóbregos muros. llegó hasta lo más alto del monasterio y ante su oscura presencia se abrió en el cielo un portal.

La hermana Irene tenía el poder de vencer a Valak con un amuleto que el agraviado monje le otorgó antes de quedar inconsciente, pero su corazón no se lo permitía, sabía que Valak estaba pasando por una "pequeña crisis de enojo".

—Valak, se que no quieres hacer esto —le llamó Irene cuando le dio alcance.

Valak hizo salir por el portal a sus treinta legiones de demonios preparados para destruir, atronaban los oído aquellos trotes y relinchos entre las nubes, miles de demonios sobre sus infernales corceles traían destrucción y muerte.

—Valak —llamó Irene tendiéndose de rodillas a sus pies. —Nada de lo que el monje dijo es cierto, tú no eres esto, no eres mala. Eres el demonio que por amor aceptó la forma humana, la que nos salvó de los asaltantes, la que llamó a Marbas para salvar a Debra, el demonio del que me enamoré...

Bendito sacrilegio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora