03|| Bienvenido a Dacshall, majestad

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Cuando me despierto y abro mis ojos, el mundo gira con mareos conocidos. Con desesperación, me arrastro fuera de la cama, luchando contra los temblores que amenazan con derribarme.

Alcanzo el baño, me precipito de rodillas ante el inodoro. Mi estómago se rebela, expulsando con violentas arcadas los restos de ayer. Las náuseas persisten, incluso cuando ya no queda nada.

Exhausta, me desplomo junto al inodoro, buscando en los detalles del baño un escape al dolor que me consume. Los tonos cálidos del lugar intentan consolarme: cortinas beige que se derraman sobre la alfombra blanca, el porcelanato que imita madera en suelos y paredes invoca a la naturaleza, creando un refugio acogedor. La luz tamizada aporta serenidad. Mis ojos recorren el lavabo de bronce, el espejo adornado con ondas doradas, hasta detenerse en mi reflejo: una figura cubierta por un bata raso negra.

¿Cuándo me vestí así?

Maldición, parece que un camión me atropelló. Moretones adornan mis pómulos, un hematoma prominente en la barbilla. Delgadas líneas negras serpentean por mi cuello, se deslizan bajo la bata, marcando también mis brazos, pero no alcanzan mis muñecas. En mis piernas, las marcas son más gruesas, evidentes. Es un espectáculo dantesco.

Es un tormento sentirlo en mis venas, el dolor es insoportable, tanto que no recordaba que doliera tanto.

Salgo tambaleante, asegurándome de que el maquillaje cubra las heridas, dirigiéndome a la cocina. Pero al entrar, me paralizo al ver a Eros.

Está sentado en el sillón del living, a unos pocos metros de la cocina, con su impecable traje negro y detalles dorados que se ajustan perfectamente a su corpulento físico. En sus manos relucen los anillos de oro que tanto le gustan, excepto por uno que nunca había visto, que destella solitario en su mano. Un anillo que, desde la distancia, no logro distinguir bien, pero es azul. Sobre su cabello dorado descansa su corona, forjada en un material oscuro que resalta los detalles dorados que capturan la mirada. También está incrustada con diversos diamantes azules, que ahora, bajo la luz de la luna que se filtra por las amplias ventanas, parecen estrellas caídas del cielo nocturno.

En sus piernas, Theo ríe con alegría. Frente a ellos, un caballete sostiene un lienzo. Padre e hijo comparten un momento, pincel en mano, creando juntos.

Esto no puede ser real.

_ ¡Por fin despiertas, mami! _ exclama Theo, saltando de las piernas de su padre en cuanto me ve. _ ¡Mira, mira! ¡Papá está aquí!

Cuando se acerca, me inclino ligeramente para recibir su beso en la mejilla.

Sus rizos dorados se deslizan entre mis dedos cuando acaricio su cabecita. Su felicidad es mi alegría; no dejaré que mi mal humor arruine la suya.

_Eso veo, amor. ¿Y el abuelo? _pregunto, al notar su ausencia.

_Fue a la huerta por verduras...

_ ¡Ya estoy aquí, ya estoy aquí, familia! _ Eduard irrumpe en la cocina con una cesta rebosante de verduras.

_ ¿Qué sucedió ayer? _ cuestiono al no recordar lo que pasó con exactitud después del golpe que obtuve en mi cabeza.

_ ¿Ayer? Has estado tres días en cama, Dilly_ responde con cariño y despreocupado, dejándome helada por el comentario_. Ahora, ¿me ayudas a preparar la cena? Voy a cocinarte unas verduras al vapor para que recuperes tus fuerzas.

Asiento, apartando mis preocupaciones sobre los días perdidos, y me acerco a él. Me detengo un instante, sintiendo un dolor punzante en mis brazos. Subo las mangas de la bata y examino las marcas. Parecen haber crecido, y eso me inquieta.

Dione ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora