Capítulo 6: Reflexiones y Recuerdos

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El sol de la tarde caía lentamente, dejando una estela de naranjas y dorados en el horizonte. Aunque el parque estaba lleno de risas y niños jugando, una pequeña cafetería cercana, conocida por su ambiente tranquilo y acogedor, parecía el lugar perfecto para una charla seria.

Colette miró su reloj una vez más, preguntándose si Edgar aparecería. Sin embargo, sus dudas se disiparon cuando lo vio acercarse, con esa mirada serena pero siempre alerta. Edgar notó que Colette ya había pedido un café para él, una consideración que no esperaba.

— Hola, — dijo Edgar, intentando que su tono sonara lo más neutral posible.

— Hola, — respondió Colette, igual de cautelosa. — Gracias por venir.

Se sentaron frente a frente, y un silencio incómodo se estableció entre ellos. Ambos se dieron cuenta de que no sabían mucho el uno del otro, aparte de las circunstancias que los habían llevado a conocerse.

— Escuché de Janet sobre tu situación en la escuela, — comenzó Edgar, rompiendo el hielo. — Debe ser complicado.

Colette se encogió de hombros. — Todos tienen sus problemas, supongo. Me adaptaré. ¿Y tú? Janet mencionó que... bueno, que has tenido que enfrentarte a muchas cosas solo.

Edgar tomó un sorbo de su café. — Es cierto, pero no es algo de lo que me gusta hablar mucho. A veces es más fácil seguir adelante sin mirar atrás.

Colette asintió. — Lo entiendo. Todos tenemos esas partes de nuestras vidas que preferimos mantener ocultas. Pero, ya sabes, si alguna vez necesitas hablar...

— Lo tendré en cuenta, — respondió Edgar. — Y tú también. Si alguna vez necesitas a alguien que te escuche o te dé un consejo, no dudes en decírmelo.

El ambiente entre ellos se relajó un poco. Colette se rió ligeramente. — Es gracioso. Ambos hemos pasado por tanto, y aún así, aquí estamos, intentando comprendernos.

Edgar sonrió. — Sí, la vida tiene formas extrañas de unir a las personas. Por cierto, si alguna vez quieres aprender a defenderte un poco mejor, puedo enseñarte algunos movimientos.

— ¿En serio? — Colette se rió. — No sé si podría hacerlo. Pero, ¿por qué no? Podría ser divertido.

Hablaron un poco más sobre sus vidas, compartiendo anécdotas y aprendiendo más el uno del otro. Ambos descubrieron que tenían más en común de lo que pensaban y que, a pesar de sus diferencias, podían ser buenos amigos.

Mientras se despedían, Edgar extendió la mano, pero Colette, en un impulso, lo abrazó brevemente. No fue un abrazo íntimo, sino uno que significaba apoyo y comprensión.

— Gracias por hoy, — dijo Colette. — Fue... revelador.

— Lo mismo digo, — respondió Edgar, ligeramente sonrojado.

Ambos se separaron, sintiéndose un poco más ligeros que antes, con la promesa tácita de que se apoyarían mutuamente en el futuro. Aunque el futuro era incierto, al menos sabían que no lo enfrentarían solos.

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La suave brisa nocturna acariciaba la piel de Edgar mientras caminaba hacia su casa, sumido en sus pensamientos. El encuentro con Colette había sido algo inesperado, un giro en la historia de su vida que no había anticipado. Mientras reflexionaba sobre las conexiones humanas y la posibilidad de formar lazos genuinos, una voz familiar lo sacó de su trance.

— ¡Eh! ¡Edgar! — Era Bibi, con su cabello morado ondeando detrás de ella y su bate de béisbol colgando despreocupadamente de su mano.

— Hola, Bibi, — saludó Edgar, cuidadosamente neutro, aún recordando la incomodidad de sus encuentros anteriores.

— No te pongas todo raro conmigo, — dijo Bibi con una sonrisa burlona. — Vamos, estaba en el vecindario y pensé que podríamos charlar un poco.

Ambos caminaron juntos por un tiempo, conversando sobre trivialidades, como el clima y los últimos juegos de Brawl. A medida que avanzaban, la conversación se volvía más personal.

— Oye, lamento lo que pasó entre nosotros, — comenzó Bibi, rompiendo el hielo entre ellos. — Sé que las cosas se pusieron tensas y... bueno, me alegra verte.

Edgar la miró, sorprendido por su sinceridad. — Yo también, — admitió. — A veces, las cosas no salen como uno espera. Pero supongo que siempre hay una oportunidad para enmendar errores.

Bibi asintió. — Totalmente de acuerdo. Y hablando de enmiendas, si alguna vez necesitas alguien con quien hablar o desahogarte, sabes dónde encontrarme.

Ambos compartieron una sonrisa genuina, marcando un paso hacia la reconciliación de su relación.

Luego de despedirse de Bibi, Edgar continuó su camino a casa. Una vez en su habitación, se sentó en su cama, dejando que las emociones del día lo inundaran. A pesar de los avances con Bibi y Colette, seguía siendo una persona herida, desconfiada de las intenciones de los demás y temerosa de abrirse completamente.

Se recostó en su cama, mirando el techo, permitiéndose un momento de introspección. ¿Podría realmente confiar en las personas de nuevo? ¿Valía la pena el riesgo de ser vulnerable? A medida que el cansancio se apoderaba de él, decidió que, aunque todavía tenía miedos y reservas, estaba dispuesto a dar pequeños pasos hacia la confianza.

Con esos pensamientos en mente, Edgar cerró los ojos, permitiéndose sumergirse en un sueño profundo, con la esperanza de que cada día que pasara, la oscuridad en su corazón se desvaneciera un poco más.

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En su habitación, Colette se encontró inmersa en sus pensamientos. Se quitó lentamente el uniforme de trabajo, sustituyéndolo por un cómodo pijama. Mientras se acomodaba en la cama, sus pensamientos vagaron hacia Edgar.

Recordó claramente esos días en la escuela secundaria, donde el alboroto y las risas de los estudiantes llenaban los pasillos. Sin embargo, siempre había una excepción: Edgar. Siempre lo vio como una figura solitaria, un chico con una mirada sombría y distante que rara vez interactuaba con los demás. Mientras todos disfrutaban de su adolescencia, él parecía cargado con un peso que lo mantenía alejado del resto.

Colette solía observarlo desde lejos. Siempre se sintió intrigada por él. Había algo en su aura, en la forma en que caminaba o en cómo miraba a su alrededor, que transmitía una historia profunda, una lucha interna que pocos podían entender. A veces, durante los recesos, lo encontraba sentado en un rincón del patio, mirando al vacío. Sus ojos reflejaban una tristeza que la tocaba profundamente.

A medida que los años pasaron, Colette había tenido la oportunidad de acercarse más a él. Pero cada vez que intentaba entablar una conversación, sentía una barrera invisible. Era evidente que Edgar tenía miedo de dejar entrar a alguien, temía mostrar sus heridas. Aunque nunca supo exactamente qué lo atormentaba, podía sentir el dolor que ocultaba tras su mirada.

Recostada en su cama, Colette se permitió reflexionar sobre su reciente encuentro con él. A pesar de los años, esa sombra en sus ojos persistía. Pero ahora había algo más: una chispa de esperanza, quizás, o una determinación renovada. Recordó su conversación, la incomodidad palpable, pero también la genuina conexión que había sentido.

"¿Sería posible que Edgar estuviera finalmente listo para abrirse?", se preguntó Colette mientras cerraba los ojos. Sin embargo, una duda persistía en su mente: ¿estaría ella lista para enfrentar y comprender los demonios que él escondía? Con ese pensamiento, dejó que el sueño la envolviera, esperando que el tiempo y la paciencia le dieran una respuesta.

 Sin embargo, una duda persistía en su mente: ¿estaría ella lista para enfrentar y comprender los demonios que él escondía? Con ese pensamiento, dejó que el sueño la envolviera, esperando que el tiempo y la paciencia le dieran una respuesta

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Nadie como tú - Brawl StarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora