Lyra
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El sabor metálico de mi propia sangre me inundó la boca en el momento en que mi cabeza impactó contra el suelo de piedra. Estrellas blancas destellaron tras mis párpados y un improperio nada elegante salió expedido de mí incluso sin pensarlo, algo bastante similar a: "Me cago en la madre que...".
—¿Qué pasó hermanita?, ¿demasiado rudo para ti?
No muy lejos, pude escuchar las vocecitas de mis sobrinos animando a su otra tía que llevaba ventaja. Pequeños rufianes vendidos.
Abrí los ojos en el momento exacto para atrapar a Isadora dedicándoles una reverencia cargada de hilaridad. Mientras disfrutaba de su instante de gloria, había aflojado el agarre de su espada de entrenamiento y la postura de su cuerpo daba por terminado el encuentro, pero yo no se lo pondría tan fácil.
Bajar la guardia fue su primer error.
Era lo primero que nos enseñaban desde niñas: No te fíes ni de tu propia sombra.
En un movimiento rápido atrapé una de sus piernas entre las mías y bastó con aplicar una pequeña cantidad de fuerza en la dirección correcta para hacerla caer, permitiéndome colocarme sobre mi hermana con la daga de madera sin filo justo por debajo de su garganta. Isadora soltó un sonido ahogado, viéndose aprisionada por mi peso.
—¿Qué decías hermanita?
Isadora estalló en una carcajada, su espada había volado lejos de su mano y la derrota era innegable.
—De acuerdo, de acuerdo, tú ganas —accedió colocando ambas manos en alto en señal de rendición.
Sonreí y los aplausos de Diego y Julián tronaron entusiastas, esta vez para mí.
—¡Otra vez tía Lyr, otra vez! —la alabó Diego.
—¡Sí! —le apoyó el pequeño Jules, de pie en uno de los bancos de piedra, desde donde se abalanzó sobre la espalda de su hermano mayor— ¡Enséñale quién manda tía Lyr!
—¡Ustedes dos! ¿Acaso no deberían estar haciendo su tarea en este momento?
Tras ellos, madre emergió de una de las puertas de la casa, mientras se limpiaba los dedos de las manos con un pequeño paño de cocina. Hacía uso de su tono autoritario, pero su lenguaje corporal era todo menos amenazante. Si ella estaba tranquila es porque nos encontrábamos a salvo, algo a lo que aprendí a prestar particular atención desde que era una niña. Su poder arraigado a la tierra nos brinda protección y le permite ser la primera en saber si hay peligro cerca.
Un día yo también sería capaz de brindarnos esa protección, la tierra también me había bendecido.
Helena Espinoza llevaba el cabello castaño rojizo satinado de canas plateadas alrededor del rostro sujeto en un moño descuidado y su delantal, en conjunto con el olor a horneado que flotaba desde la cocina hasta mi nariz, delataba las galletas con chispas de chocolate que muy pronto ocuparían su debido espacio en mi estómago.
—Odiamos las matemáticas abuela... —comenzó a decir Diego con un mohín luego de depositar a Jules con cuidado en el suelo—. ¿De qué carajo nos sirve la geometría para pelear?
—¡Es cierto Yaya! ¡Preferimos ver los entrenamientos de la tía Lyr y la tía Isa! Con sus super patadas de kung fu —le apoyó Jules, al tiempo en que lanzaba un par de patadas inexpertas al aire y caía sobre su tierno traserito en el césped.
Isa y yo apenas pudimos contener un ataque de risa en tanto le ofrecía mi mano para ayudarla a ponerse en pie. Esos dos eran un verdadero espectáculo.
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Las Espinoza ©
Fantasía«𝑫𝒆 𝒍𝒂 𝒓𝒐𝒔𝒂, 𝒔𝒐𝒎𝒐𝒔 𝒔𝒖𝒔 𝒆𝒔𝒑𝒊𝒏𝒂𝒔». «Una Espinoza es valiente, fuerte y certera». «Las Espinoza nos protegemos y por sobre todo, resguardamos el secreto de nuestro linaje». «De nosotras depende que la magia elemental continúe viv...