Un gran aprieto

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Cameron

Hoy me levanté antes de lo habitual, miré el reloj de mi mesa de noche y observé que eran las 5 y media de la mañana. Me levanté media hora antes de lo habitual para mi sorpresa, supuse que eran los nervios porque era un día importante, quizá más de lo que me gustaría. 

Me levanté de la cama de un salto y tras quitarme el bóxer, la cual era la única prenda con la que podía dormir, me metí en la ducha para terminar de espabilarme y procesar lo que estaba por pasar en unas horas. 

Al salir, fui a la cocina con solo una toalla que me rodeaba la cintura mientras que con otra toalla mas pequeña sacudía el agua que quedaba en mi pelo azabache y me hice un café lo más cargado posible, sin azúcar y en una taza extra grande. Mientras me lo bebía, observé por el gran ventanal del salón, observando desde mi 35º piso que desde tan temprano, la ciudad de Nueva York tenía mucha actividad.

Una vez terminé de "desayunar", aunque eso no se puede considerar un desayuno decente, regresé a mi habitación y entré en la puerta que daba al vestidor. Al fijarme en mi cara frente al enorme espejo, fue inevitable darme cuenta de que tenía el rastro de ojeras bajo mis ojos grises, acumuladas desde hace aproximadamente dos semanas. Suspiré con resignación y no me quedó de otra que asimilar que lo hecho, hecho estaba y que si Dios quería, o mejor dicho mi padre quería, pronto esto acabaría. 

Escojo como siempre de mi armario un traje negro de Tom Ford, que acompaño con una camisa de botones. No me gusta usar diariamente corbata o pajarita, pero hoy es una ocasión especial, así que decido sacar de mi gaveta de corbatas, una básica de color negro, sencilla pero elegante. 

Tras colocarme los zapatos también de ocasiones especiales, me coloco en la muñeca mi Rolex, controlando de paso que no se me pasara la hora de ir al trabajo y al darme cuenta de que iba bien de tiempo, me puse con mi pelo. 

Normalmente no escapo de la rutina, solo tengo dos peinados disponibles y uno es para trabajo y el otro es más informal, así que obviamente, me decanto por el elegante. Cojo gomina de un cajón y comienzo a peinarlo y acomodarlo hasta que queda de la forma mas pulcra y elegante que sé hacer. A veces me cuesta debido a que no tengo el pelo demasiado corto, ni demasiado largo. Si me lo dejara suelto sin ningún tipo de producto que lo sujete o sin peinar, me llegaría aproximadamente a la altura de mis cejas. Mirándolo bien, creo que un pequeño corte no me vendría nada mal.

Suspiro satisfecho con el resultado, consciente de que llevo un buen rato enfocado en que mi apariencia el día de hoy sea perfecta. Vuelvo a mirar el reloj de mi muñeca y suspiro al darme cuenta de que no falta mucho para el gran momento. Salgo del vestidor y cojo mi teléfono que estaba cargando en mi mesa de noche. También recojo el maletín negro que había dejado preparado la noche anterior con todo lo importante que necesitaría y echando un último vistazo para comprobar de que no se me olvidaba nada, salí de mi apartamento y cogí el ascensor para bajar al garaje. 

Doy al botón del mando de mi coche y se desbloquean las puertas, que se abren hacia arriba. Me monto en mi Ferrari Enzo y una vez que me acomodo y cierro la puerta, pongo rumbo al trabajo. 

No se encuentra demasiado lejos, así que tardo alrededor de 15 minutos en llegar. Tardo más por el tráfico neoyorquino que por el trayecto. A veces echo de menos la tranquilidad de mi casa de las afueras, aún la conservo, pero por el trabajo compré un piso en uno de los edificios mas altos de Nueva York, para que mi padre viera que estoy comprometido con el trabajo y todo lo que eso conlleva.

Suspiro al aparcar en mi plaza de garaje y entro en el edificio, ocultando a la perfección el nerviosismo que siento, hoy es un día demasiado importante para mi, por fin mi esfuerzo va a dar sus frutos. 

Malditas mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora