Cap. 4.- Otra vez ella.

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— Te estoy diciendo —dice, mientras hace una pausa para robarme frituras del empaque. Las papas fritas siempre han sido una debilidad natural mía. Papas, pollo y sandía—. Es el culo de América, ¿ok? Nunca le ganarías.

— Vale, te acepto que se trae unas nalgas hermosas, pero no está tan carita.

— ¿Y tú sí? —ríe centrando toda su atención en mí y en la siguiente barbaridad que seguro saldrá de mis labios.

— Claro, ¿no me ves? —miro al frente fijamente mostrándole mi perfil y sonrío—. Tengo el perfil de un puto dios. En nalgas me gana, lo admito, pero ¿en cara? Me queda corto.

— Vaya, a veces olvido que la modestia no cabe en tu cuerpo —menciona una última vez antes de sujetar mi mano y entrelazar nuestros dedos. Como acto reflejo no evito soltar una risa tonta que ella nota y de pronto todo se vuelve sencillo, como siempre lo ha sido con ella.

— Lo aprendí de ti, tonta.

— Tonto.

Y eso éramos ante los ojos de cualquiera, dos tontos que unieron sus manos saliendo del cine mientras discutían sobre el trasero de un actor, que vaya culo se traía.

Riendo, observándose de vez en cuando para que el otro no lo pillase en el acto. Acariciando los dorsos de sus manos con suavidad y sutileza como si quisiera guardar el tacto contrario por siempre en su memoria.

Y quizá así era, a lo mejor nos sentíamos tan efímeros que hasta el mínimo roce teníamos que aprovecharlo y grabarlo con cada poro para asegurarnos de nunca perderlo en el baúl de los recuerdos. Recuerdos que se crearían más adelante, porque es inevitable generar recuerdos, tan inevitable como lo es sentir envidia por los glúteos trabajados de Evans.

Bien, aclaremos algo. No soy gay. Muchos lo piensan, pero no lo soy. Opino muy bien de los hombres, pero también de las mujeres. Asimismo, a veces apoyo la idea de que todos los hombres son iguales, o como a mí me gusta llamarlos: onvres, porque a esos la palabra hombre les queda grande.

A veces me incluyo en el grupo... Luego mis amigos me sacan a patadas de ahí pues ellos creen de corazón que yo soy distinto. Soy una subcategoría.

Y ahí vamos, perdidos entre la multitud sin nada mejor que hacer, sintiendo que caminamos entre nubes o quizá solo es cosa mía y la gran ilusión que me hacía pensar que durante un segundo pudo haber sido así con Amanda.

¿Alguna vez has leído eso de "lo que piensas lo atraes"? Te juro que es verdad, te lo firmo donde desees.

Creía que no, pero de no haber sido porque mi último pensamiento fue ella, no me lo habría creído. Mucho menos me lo creía cuando, tras salir del centro comercial y estar tranquilamente esperando a mi chofer, apareció ella. Cruzó la calle y yo ya la había visto. Llevaba el cabello más corto y se lo había planchado. 

Quería correr y pegarle, decirle que por qué se dañó el cabello, que el suyo ya era hermoso, aunque ya era lacia antes de conocerme y después se lo onduló. El verdadero problema era el corte de Lord Farquaad que traía.

Joder, no se veía mal, pero no puedo explicar las ganas que me entraron de hundir los dedos en ese cabello corto y tirar de él hasta escucharla gemir y cerciorarme de que estaba lista para que me deslizara en su interior. Sentí mi cuerpo arder ni bien la imagen inundó mi pensamiento. 

No sé cuánto tiempo estuve así, inmóvil, pero fue el suficiente para que ambas mujeres se dieran cuenta.

Nora soltó mi mano cuando Amanda se acercó y yo... ¿Yo? Yo era un chiste en ese mismo instante, creo que no olvidé cómo respirar porque es una actualización que viene por defecto y de fábrica ya instalada.

La mentira.                                                   [Williams #3.5] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora