8 de julio de 1990
Ambos están tensos. En unos minutos, empezaría el segundo tiempo de la final, y el marcador está empatado. Ninguna de las dos selecciones había podido anotar un gol, y la idea de que el segundo tiempo sea igual y deban ir a penales es algo que aterra a Enzo, y por cómo ve a Julián, sabe que al chico también.
— ¿Vos decís que vamos a ganar? —pregunta Julián, con un hilo de voz
Enzo lo mira. Sus ojitos tristes le parten el alma, y no entiende cuando es que el chico dejo de tener ese brillo de esperanza en sus orbes castaños. — No sé, esperemos que si...
— Tengo miedo.
— Yo también.
Julián suspira y toma las manos del azabache entre la suyas— Hay... hay algo que tengo que decirte.
El moreno lo mira atentamente, a la espera de lo que tiene que decir. Se estremece de solo pensar en lo que paso hace cuatro años, y la idea de estar a tan solo una hora de que aquello ocurra de nuevo hace que su corazón se encienda. Nunca hablaron sobre eso, nunca lo pusieron en palabras, y no puede evitar imaginar que Julián está a punto de hacerlo, de preguntarle si quiere que pase de nuevo, porque él si quiere, quiere que Argentina gane y que los dos festejen. Quiere unir sus manos, sus labios y, por una noche, como aquel lunes por la madrugada, volver a ser uno, dándole todo el amor del mundo, y demostrándole lo mucho que lo aprecia y atesora.
— ¿Qué pasa, Juli?
Los ojos del castaño se humedecen y Enzo se asusta. Quiere creer que es de emoción, que sus orbes castaños se llenan de ternura al escuchar la forma cariñosa por la cual lo llama. Siente las manos del cordobés apretar con fuerza las suyas y sonríe, con una de esas sonrisas que procuran trasmitirle tranquilidad al mayor.
Sin embargo, esa sonrisa es reemplazada rápidamente por una mueca de confusión al escuchar las palabras de Julián. Enzo se libera de una forma un tanto brusca del agarre del mayor y se levanta del sillón. Lo mira de arriba a abajo, casi como si lo estuviese escaneando.
— ¿Desde cuándo?
— Me dieron los resultados hace un mes...
Enzo se lleva una mano a su cabello, y tira de sus greñas, con fuerza. Quizás demasiada. No puede entenderlo. Quiere preguntar cómo, en que momento, por qué. Las preguntas viajan en su cabeza a la velocidad de la luz, y no puede asimilar lo que el cordobés acaba de revelarle.
— Te vas a lastimar —dice el chico, mientras se levanta del sillón y agarra la muñeca del azabache, tratando de quitar su mano de su cabello.
— ¿Qué haces? ¿Estás loco vos? Soltame —exige, enojado.
Julián abre la boca, como si quisiera decir algo. Titubea un par de segundos, pero no logra formular una oración. Afloja la fuerza de su mano de la muñeca del moreno y Enzo se aleja. Lo mira mal, con las cejas fruncidas y una mueca de disgusto en su rostro. Y Julián cierra la boca, apenado. Quiere acercarse, pero el chico se lo impide.
— Salí, yo no quiero tener esa enfermedad de putos que tenés vos.
Los ojos del castaño se inundan de lágrimas, pero Enzo ni siquiera lo está mirando. Sin embargo, siente el estallido en su voz, y sabe el daño que le ha causado cuando escucha las palabras llenas de ira y enojo del mayor.
— ¿Y que, te pensas, que yo sí?
— Te pasa por querer jugar a la mujercita
Y ahora, los dos están enojados, furiosos. Los dos están gritando, los dos están llorando. La habitación está inundada de palabras hirientes y discusiones acaloradas. Ya ninguno de los dos es consciente de lo que dice, hablan sin pensar, sin asimilar el peso de las palabras que escapan de sus labios.
— ¿Qué te importa a vos como me contagie? Capaz fue el dentista, capaz soy un drogadicto de mierda, pero para vos, es peor ser homosexual que todo eso, ¿no? —Enzo quiere responder, pero Julián vuelve a alzar la voz— Ah, claro, te molesta porque vos también lo sos, solo que no lo querés reconocer.
Un fuerte golpe resuena en la habitación. La mano del castaño viaja a su propia mejilla, acariciándola con lentitud, casi sin poder creer lo que acaba de pasar. Su tez palida tiene una gran marca roja, con la forma de la mano del azabache impresa en ella.
— Ah, para soltar cachetadas tenés unos huevos barbaros, pero para admitir que sos puto no. Dale, hacete el hombre, pegame más fuerte, homosexual reprimido.
El pitido anunciando el comienzo del segundo tiempo suena en el silencio que se formó y Enzo no es capaz de decir nada. Siente un nudo en la garganta que le impide hablar, el cual no le permite defenderse. Y en parte, no sabe si es que no puede o no quiere hacerlo. Por un momento, su corazón le pide que deje de mentirse a sí mismo, que nada bueno podía salir de eso. Y mirando los ojos rojos y enojados del cordobés, lo único que puede atinar a hacer es agarrar su abrigo y salir de ahí.
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Enzo ve los últimos veinte minutos del partido en un café, rompiendo su cábala. Y a los 85 minutos, Alemania anota el primer tanto.
Argentina no gana el mundial ese año.
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☆ ;; '22 '78 '86 ⎯⎯ Enzulian
أدب الهواة⎯ Todos pasamos por eso, es solo una etapa ⎯ ¿Vos también, papá? Enzo no sabe que responder.