― ojos marrones ❜

370 37 6
                                    


24 de junio de 2006

Enzo ve como Valentina termina de vestir a su pequeña hija de solo cinco años. Tiene una pequeña camiseta de la selección junto con un gorrito celeste y blanco, que Olivia se empeña en querer quitarse todo el rato, para jugar con uno de sus primitos. Su esposa suspira, cansada de que la niña no quiera hacerle caso, pero él lo deja estar. Todavía era temprano para el partido, y la idea de convivir ese día rodeado de sus hermanos y sobrinos no le gusta del todo. Y no porque no los quiera —Enzo adora a su familia— sino por el hecho de lo ruidosos que son.

— ¡Te dije que te traías el libro y te ponías a leer hasta que empiece el partido, Carolina! ¡Deja de hacer berrinche, que ya estas grande! —escucha como su cuñada reta a su sobrina de catorce años. Si, justamente eso era lo que le molestaba.

Enzo mira que su hermano, el cual ni siquiera le da importancia al hecho de que le estén gritando a su hija, y eso le molesta un poco, por lo que decide intervenir

— ¿Qué pasa? —pregunta, haciendo que la mujer deje de retar a la niña para mirarlo.

— Ay, tu sobrina, como siempre. Le mandaron para leer un libro en la escuela y no quiere.

El moreno mira a la chica, quien sostenía un pequeño librito en sus manos— Es que es súper aburrido. Juro que lo intenté, leí las primeras hojas y ya no pude seguir. Léelo vos tío, vas a ver.

— A ver, pasámelo.

Carolina le da el libro, y Enzo mira el título. No recuerda haberlo escuchado en su vida, y cuando lee la sinopsis, queda más perdido de lo que ya estaba. ¿Cuándo fue que las escuelas dejaron de dar "mi planta de naranja lima"? Abre el librito en la última página, la cual tiene en la parte inferior el número ciento treinta y seis. No son muchas, posiblemente, es algo que puede leerse en una hora. Mira el reloj de la sala de estar, aún queda bastante para que empiece el partido, y ya está harto de escuchar el griterío y bochinche que hay en su casa.

— No es tan largo —dice, recordando los libros eternos que le mandaban a leer en literatura, posiblemente, uno de los tantos motivos por los cuales dejo la escuela secundaria—. Mira, hagamos una cosa, vamos a la cocina y lo leo en voz alta, pero presta atención.


⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯


Para cuando empieza el partido, todavía faltan algunas páginas, pero Enzo siente que ya no puede más. Las últimas palabras las leía con un hilo de voz, y las lágrimas corren por su rostro. Y si bien, él no puede identificarse totalmente con el narrador de la historia, no puede evitar sentir que lo toca desde algún punto. Se siente afectado, y por primera vez en años, un nombre resuena en su cabeza. Tiene suerte que su sobrina también este llorando, porque no sabría dar una explicación breve del por qué esta tan destrozado. Son demasiadas cosas para explicar, vivencias que siquiera es capaz de poner en palabras.

Tal vez, los ojos de Julián no eran azules como los ojos de un perro siberiano, pero eran igual de hermosos. Y no puede sacar ese pensamiento de su mente durante todo el partido. todos sufren por tener que ir al alargue con México en octavos de final, pero él no es capaz de concentrarse en lo que pasa en el televisor. Y cuando ganan, siente que le falta algo. Una mano con la que entrelazar sus dedos por debajo de una manta, quizás. Sus ojos siguen cristalizados, y aunque debería estar llorando de emoción cuando Argentina gana y su pareja anuncia que están esperando un hijo varón, sus lágrimas son de tristeza.

☆ ;; '22 '78 '86 ⎯⎯ EnzulianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora