Capítulo 1 : Puerta del Valle Dorado

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— Yoo Hobin, mocoso ¿Dónde estás? — gritó una gorda mujer de rostro rubicundo mientras levantaba su cucharón en señal de amenaza — Será mejor que aparezcas de una vez, la posada no se va a terminar de limpiar sola — exclamó enfurecida buscando por todos lados

Hobin que miraba desde un pequeño escondite a través de las matas, limpio con habilidad el sudor en su frente. Limpiar la posada era la tarea que más le desagrada junto a la de atender a los duendes borrachos que a veces se sobrepasaban de más con él y hacían propuestas indecentes

— Yoo Hobin. Bastardo, ¿Dónde te metiste? — un ligero signo de pesar se ancló en la cabeza de Hobin luego del segundo grito. La Señora o Lady Madea como pedía que la llamaran, no era la mejor de las jefas o de las personas de Puerta de Valle Dorado. Una mujer sin atrayente alguno, casada por ambición con un noble que lo perdió todo en la misma noche de bodas, apostando que su mujer era virgen y fracasó. Claramente, Lady Madea había sido un caballo desbordante de lujuria en su juventud, teniendo más de un encuentro con algún aventurero u hombre del pueblo, tan virgen no era y por esto tuvo que tener una vida algo amarga durante todo su matrimonio hasta que su difunto esposo se cayó de una carreta y murió, y ella no se volvió a casar. Algo predecible, piensa Hobin — Maldito cuando te encuentre, te daré como diversión a los enanos — gritó por última vez

Yoo Hobin sonrió desde lejos y se escabulló entre gran parte de la mala hierba para escapar. La posada de la Señora Madea estaba un poco fuera de uno de los tantos pequeños pueblos antes de llegar al verdadero dominio de las Puertas del Valle Dorado, Hobin solía escaparse a diario y acudir al pueblo junto a su amiga, Dulcinea, una humana con rasgos de Elfa que vivía en el área más ambientada del pueblo. Hoy no fue diferente, cuando llegó al lugar una nueva aura lo acompañó

Yoo Hobin, era huérfano. No podía recordar a su madre o siquiera como había llegado aquel sitio, solo sabe que desde que tiene memoria ha estado viviendo en quedo lugar, primero en el orfanato y ahora junto a la señora Madea, que por tristeza fue la única que aceptó a ayudarlo. A pesar de todo esto, Hobin de alguna manera era feliz

— Oye, Hobin ¿Buscas a mi hermana? — preguntó un niño desde la cima de una casa, Hobin asintió — Está en el lago, cerca del bosque, fue allí a pintar. Otra vez — Hobin le dio las gracias desde lejos, El Niño se sonrojó y siguió jugando

Dulcinea, era hermosa y el estándar de un hombre, sin embargo, era ambiciosa y quería no solo un buen matrimonio, sino también un trono y una corona. Soñaba casarse con un príncipe y vivir en un castillo. Sueños de una puta, le decía muchas veces Lady Medea después de tomarse una o dos copas de vino

Cerca del río, Hobin la sorprendió. Llevaba su vestido platea de siempre, su padre lo había traído para ella de las tierras lejanas, por allá donde el sol está afuera, incluso de noche, y Dulcinea nunca se lo quitaba. Su cabello estaba hermosamente peinado. Se sentaba mirando su reflejo en el agua mientras su pincel bailaba al compás de un aire casi inexistente en aquel páramo lleno de flores y olores

— ¿Qué pintas? — la sorprendió Hobin sentándose a su lado.

— Las flores, el lago o cualquiera cosa que pase por mi cabeza — Hobin le echo un vistazo al cuadro. Decadente para venir de alguien como ella

— Cuando pintas mal es porque tu mente está ocupada en otra cosa — Dulcinea alzó una ceja — Otra cosa que el tiempo me ha enseñado de ti, como que odias las fresas, pero las comes porque el príncipe menor dijo que son sus favoritas — Hobin la miró esta vez. Los verdes ojos claros se fijaron en él, pero luego volvieron con aburrimiento al estanque

— Mi padre dice que hay un nuevo rey cabalgando por estas zonas. Porta el estándar de un Dragón y es incluso más guapo que el Príncipe Menor y su hermano, el Príncipe Mayor — Hobin lo miró con curiosidad — Mi padre se cruzó cuando volvía de la ciudad Imperial a un par de bandidos y le hicieron el cuento. Dicen que es tan caballeroso como el Viejo Rey, pero tan Sanguinario como Lord Sung — explicó, sus ojos nunca abandonaron el estanque

— ¿Deberíamos preocuparnos? — preguntó Hobin a medias

— No lo creo. Mi padre dice que posiblemente dentro de pocos días estén aquí, así que se está preparando para dar una fiesta — un brillo relució en sus ojos esta vez — Mi madre dijo que mi padre le diría que me despose y me convierta en Reina y mi hermano estuvo de acuerdo — sonrió. Una expresión perpleja se apropió de Hobin

— ¿Quieres casarte? — preguntó

— Qué pregunta tan tonta. Claro que quiero casarme. Si me caso con él, me convertiré en Reina. Hobin. Me sentaré en un trono y llevaré hermosos vestido todos los días, millones de sirvientas me atenderán y llevaré una corona. El sueño de cualquiera persona, incluso el tuyo — Hobin parpadeo — ¿Tú también deseas eso? No mientas más, te he visto como miras mis cosas, también te gusta la vida que un rey podría darte, pero no te atreves a intentar casar una buena presa, quieres seguir aguantando a esa vieja y sus locuras, y ese bando de enanos asquerosos tocando tu cuerpo — una mueca de amarguras se acentuó en los rasgos de Hobin — Si tuvieras un pocos de ambición sabrías de qué estoy hablando — Dulcinea dijo

Ambición. Hobin está seguro que dentro suyo también hay un poco de eso. Por la forma en que desea vivir mejor o por la forma en que algunas veces envidia a Dulcinea por su familia privilegiada, su estatus o todos los que puede tener. Hobin está seguro que algo debe motivarlo, solamente que aún no descubre ¿Qué mueve exactamente a su ambición?

Dulcinea tomó sus pinturas y le dio una última mirada a Hobin. Con ojos de superioridad sonrió, Hobin no le dio importancia. Ella era ese tipo de persona. Quedándose un poco Más de tiempo en el bosque, Hobin calló dormido en un sueño de verano donde en alguna parte de lo que parecía ser una isla, una mujer lo arrullaba mientras cantaban en algún tipo de idioma diferente, una canción infantil

— Bastardo, ¿Estás muerto? — una voz lo llamó. Hobin abrió lentamente los ojos

— Levántate — ordenó un solado. Hobin lo libro de cerca. El hombre a su lado frunció el ceño — Levántate y saludo a su majestad, mocoso — Hobin frunció el ceño y se puso de pie acomodando su ropa

Desde lo alto de un caballo, unos ojos tan profundos como el infierno miraban al niño con amargura. Hobin se sintió un poco intimidando y escondió rápido su mirada. El hombre sonrió con pereza. Odiaba a los cobardes

— Indícame el camino hacia el pueblo — Hobin asintió, señaló una dirección — Dije indícalo, estás sordo. Hobin frunció el ceño ¿Quién diablos era esta gente?

Portando los estándares del dragón, un niño inocente aquella tarde de verano llevó al enemigo a su casa, mientras desde la cima un Rey arrogante acaba de encontrar a lo que parecía ser su más fiel esclavo

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