CUATRO

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Orfeo sintió que sus pies se hundían en la nieve mientras la noche caía sobre ellos. El crujido no ocultaba el chasquido de los huesos y las gárgaras de los demonios que acechaban en la oscuridad.

Podía ver con claridad en la oscuridad, y sus ojos le proporcionaban un resplandor que apenas iluminaba la zona. Sólo iluminaban su rostro huesudo mientras mantenían el resto de la zona a su alrededor envuelta en la oscuridad.

Las criaturas eran capaces de detectar su presencia incluso a distancia. Aunque su olor humano causaba molestias, nunca se acercarían con Orfeo sosteniéndola.

Tal vez habrían intentado agarrarla desde arriba si él hubiera seguido llevándola en el pliegue del codo con ella sobre la cabeza, pero ella había preguntado si había alguna forma de que descansaran. A Orfeo no le interesaba detenerse, así que la movió hasta acunarla entre sus dos brazos.

Podía sobrevivir unos días sin dormir, aunque le cansara. Él era nocturno y dormía durante todo el día, pero tenía la sensación de que esta mujer huiría si él dormía antes de que llegaran al Velo. Una vez dentro de éste, sabía que las criaturas que acechaban su hogar serían un impedimento para que ella huyera.

Muchos han huido de mí.

Detenerse en la noche suponía un peligro para ella, aunque Orfeo pudiera sobrevivir a un ataque de los demonios. Por desgracia, no dudaba de que las criaturas le romperían el cuello antes de que él tuviera la oportunidad de rescatarla si se separaban.

Bajó la mandíbula hasta el pecho, girando la cabeza para poder verla más allá del hocico. Estaba dormida, acurrucada como podía mientras él la abrazaba. Estaba de espaldas a él. Humanos... Tan frágiles, tan endebles, tan débiles. Él era actualmente lo más peligroso para ella.

Si él enroscaba sus brazos y manos alrededor de ella mucho más de lo que ya lo estaba haciendo, le exprimiría la vida con su fuerza y la reventaría por las costuras. Tenía que esforzarse constantemente para asegurarse de que sus garras no se extendieran, de lo contrario cortarían su piel mantecosa.

Había tardado un rato en dormirse, seguramente porque desconfiaba de él, pero finalmente se había quedado dormida pasada la medianoche, a pesar de su vano intento de permanecer despierta.

La luna brillaba un poco más allá de los árboles, pero estaba lo bastante llena como para que los demonios no quisieran soportar su sutil luz, sabiendo que los quemaría igual que el sol si se exponían demasiado tiempo. Sólo los viejos y fuertes podían permanecer a la luz de la luna.

Orfeo nunca había tenido que preocuparse por el sol o la luna. Por eso lo llamaban el Caminante del Atardecer, capaz de caminar libremente tanto de día como de noche.

Acercó a la mujer a su cara, inclinándose para poder olisquearle el cuello. Dio un resoplido y se apartó. Odio cuando los humanos bañan mis ofrendas en esas hierbas y aceites. Le resultaba difícil olfatear y quería sentir el verdadero aroma de la mujer que tenía entre sus brazos.

Si no le gustaba cómo olía su ofrenda, a menudo sentía el deseo de destruirla. Sin embargo, ayudaba a enmascarar lo peor de su miedo para que no se sintiera sofocado por el hambre, cayendo sin sentido sobre los humanos y devorándolos. Seguía presente, siempre sería capaz de olerlo, pero estaba lo suficientemente enmascarado como para que no envolviera su mente como un terrible dolor.

No le gustaba el falso aroma que desprendían sus ofrendas, pero le ayudaba a tener tiempo para disminuir su miedo antes de que su capacidad de controlar el hambre perdiera contra ese delicioso aroma... a veces. Y otras veces, simplemente no importaba. No importaba lo que hiciera, lo que dijera, el humano no podía deshacerse de ella.

ASTK DBB I [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora