Primera vez en el cementerio

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"Qué silencio el que hay esta noche, ¿Verdad?" Le dije yo. "Nunca hay un silencio completo por las noches, yo lo oigo..." Me respondió él "¿Qué oyes?" Le dije yo. "Los gritos de los muertos que han ido al infierno..."

Era la primera vez que Omar iba al cementerio a visitar la tumba de su hermano mayor, el cual murió siendo aun muy pequeño. Sus padres le habían hablado de él, pero nunca antes los había acompañado. Pero, decidieron que Omar ya era mayor y podría unirse a la tradición familiar.
El chico observaba con atención todo lo que había a su alrededor, grandes estatuas de piedra con forma de ángeles, cruces de todos tamaños y con todo tipo de garabatos, y por supuesto muchas tumbas. Sus familiares, que ya conocían bien el camino, se movían ágilmente entre las lápidas, y a él lo dejaron un poco rezagado. Mientras se apresuraba para no quedarse muy atrás, pasó entre dos tumbas pisando un caballito de madera.
Ya que sus padres acostumbraban llevar juguetes a su hijo difunto en sus cumpleaños, probablemente mucha más gente lo hacía, así que lo recogió para ponerlo en su lugar. Miró la inscripción de las dos tumbas, y en ambas había enterrado un niño, lo cual le dificultaba un poco para devolver el juguete a su dueño. Así que lo dejó a la suerte, y lanzando una moneda, decidió dejarlo en la tumba a su izquierda.
Se dispuso a salir corriendo para alcanzar a su familia, pero su pie se atoró con algo, y mientras estaba agachado tratando de zafarlo, le tocaron el hombro derecho y una suave voz le susurró al oído: "Ese juguete era mío…", aunque el chico volteó lo más rápido que pudo, sus ojos solo percibieron una ligera forma traslúcida que se deslizaba debajo de la lápida a su derecha.
Aunque sus pies estaban listos para salir corriendo y quería con todas sus fuerzas hacerlo, no tuvo más remedio que tomar el caballito y devolverlo a su dueño, para después de eso jamás volver a pisar un cementerio.

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